"el futuro esperará, para convertise en lo que el presente arrastra y lo que el pasado construyó."
Por un instante, vuelvo a abrir aquella caja vieja, arrinconada en mi mente, llena de polvo y telas de araña donde el título reza "recuerdos del ayer". Paso mi mano por ella, está sucia de olvidos y manchadas de abandonos. Hace tanto que no vuelvo la mirada atrás, tanto que a veces, me pregunto: ¿quién soy?
Eran los años 80. Siempre recordaré el último día de clase en el colegio. Era un día de despedidas a los compañeros de fatigas, era el día de las notas de fin de curso (con sus aprobados y suspensos), era el día en el que perdíamos de vista la cara de algunos profesores y era el día del comienzo del verano.
Nos despedíamos un año de madrugones y exámenes, de tardes clavadas en el escritorio y noches desveladas. Llegaban los helados, los pantalones cortos y la playa. Iban a ser tres meses intensos, en los cuales lápices y libros de texto eran sustituídos por el monopatín, la bicicleta o las sentadas en el parque San Juan, comiendo pipas o inventando juegos. Era una época donde había tanto para imaginar como pocas cosas para jugar. Por suerte, nunca estábamos en casa, ni teníamos consolas que nos ataran al sillón. Nuestro mundo era la calle. Sólo poseíamos una tabla con ruedas o una pelota de tenis para marcar goles en los bancos de los parques. Sólo con ésto, éramos más que felices, éramos afortunados.
Comprábamos flanes o dulces a 5 pesetas. Recuerdo a Luciano, sentado en su silla eterna, mirando su periódico y poniéndonos muchas veces, cara de mala leche porque siempre lo estábamos incordiando con las tonterías de la niñez. Era un gran tipo, por lo menos para mí. Siempre lo recordaré con nostalgia y una sonrisa amable.
Los domingos, mis primos, Marcos, Ulises y yo, nos subíamos con mis tíos en el coche y nos dirigíamos a la playa de Puerto Rico. Hacíamos bromas durante el trayecto, para no aburrirnos. Una vez en la playa, muy temprano, hacíamos lucha canaria en la arena y nos pegábamos horas en el agua jugando a la pelota o a la colchoneta. Al regreso, en una cola de dos horas, coincidían miles de coches empeñados en querer pasar por el mismo sitio casi dándose empujones. No había circunvalaciones pero sí, una carretera antigua demasiada estrecha para tantos coches y personas, que regresaban a casa rojos de sol y sal en el cuerpo.
Recuerdo a dos grupos que en el año 1986 triunfaron en el mundo, Europe y su "The Final Countdown" y Bon Jovi con su álbum "Slippery When Wet". Sonaban en nuestras aparatos en incontables ocasiones, con una cinta casetera amenazaba con enrrollarse de tanto uso. En la televisión, Tocata emitía una propinas en forma de videos musicales. Me daba mucha rabia cuando no emitían el video completo y me quedaba con las ganas.
En la época de los noventa, los amigos nos reuníamos en el parque Chino o en la plaza, para comentar los fichajes del verano en el mundo del fútbol o los amoríos de instituto o elogiar las nalgas de alguna conocida. Fueron épocas de rebeldía juvenil y amores perdidos, de fiestas y "Carta Oro". En San Juan, aruquenses y visitantes disfrutaban de la noche. En el recinto no cabía un alma, estaba repleto de jóvenes ansiosos de baile, risas y buen rollo. Varios años después, llegaron las peleas y el miedo, rompiendo con todo lo bueno que habíamos construído en pueblos como Bañaderos o Firgas. Todo, de la mano de los llamados "Chandeleros". Ahora, mi memoria tiene el único derecho de seguir bailando y bebiendo con nostalgia por las cosas hermosas que se fueron para no volver. Cada vez que paso por allí, parece que aún sigo escuchando los ecos de la música salsa o las bolsas llenas de ron mezclado con coca-cola.
Aunque no fue en verano, hubo un instante que recuerdo perfectamente y que define un instante memorable de Arucas. Les lanzo brevemente ese suspiro del pasado.
Fue cuando nuestro pueblo cumplió 100 años. Nos reunimos en el parque San Juan, con el champán en la mano, oliendo a perfume y el pelo bien engominado. Las cámaras de Antena 3 grabaron el momento en el que las campanas golpearon el fin de un año y el comienzo del otro. Miles de aruquenses destapaban el champán y lo derramaban mientras la gente huída despavorida para que sus trajes no fueran mojados por el líquido fiestero. Las serpentinas y el confeti coloreaban las calles de un pueblo que estrenaba el año 1994. Con el eco de las últimas campanadas, sonaban los acordes de la orquesta en el recinto ferial.
Hasta aquí, breves instantes de un pasado tanto veraniego como fiestero, con sabor a agua salada, con huellas marcadas en la arena y pieles bronceadas.
Luego llegaba septiembre, donde ya se olían los libros recién comprados, nos vestíamos de nuevo con los pantalones largos y los pullovers y el sonido inconfundible de la sirena que daba comienzo a las clases y a un nuevo curso.
1 comentario:
Siempre he pensado que echar la vista al pasado tiene algo hermoso; los recuerdos, tanto los buenos como los que intentamos olvidar pero siguen ahí enquistados, y la certeza de que el tiempo pasa y nos hacemos viejos. Relatas lugares comunes de todos, y me parece tan cercano lo que cuentas que un escalofrío me ha recorrido la espalda y me he quedado con cara de memo; con una melancólica sonrisa leyendo el último párrafo.
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