viernes, 12 de junio de 2009

Las elecciones europeas.







Lo que siempre me ha llamado la atención de unas elecciones es la lectura partidista que hacen los contendientes tras conocer los resultados. Al día siguiente, con el escrutinio completado, todo el mundo resulta ganador. Esto que no pasa de ser una anécdota recurrente, para mí tiene una lectura más profunda: el pasotismo de los partidos por el electorado. Porque si no quieren ver el resultado final, ni sacar conclusiones que les permitan reconducir los hechos, mal vamos. Los ganadores se regodean en su pocilga de autocomplacencia mientras los perdedores se empecinan en no ver lo evidente. Sin embargo, sean cuales sean las lecturas postelectorales de los resultados, ninguno viene a analizar la cuestión de fondo que planea en las elecciones, en todas las elecciones democráticas, el elevado número de abstenciones.
Yo soy un practicante de la abstención, y no me avergüenzo de decirlo. Me avergonzaría, al contrario, de votar por una opción política de partido y comprobar al cabo del tiempo que sus programas y promesas electorales se “olvidan” o se dejan de lado al reconducir su discurso político a unas opciones que dependen más del momento histórico-político que a una verdadera opción a largo plazo. Y eso sin mencionar las corruptelas, tejemanejes varios, pactos artificiales, crispaciones, etc. El que haya votado una vez y no se haya sentido defraudado por la opción escogida, simplemente miente. O es un asalariado del partido de turno que vota con “fe democrática” a la opción que le mantiene en su pesebre.
Les recuerdo a quienes critican la opción de la abstención, que es una opción tan válida como emitir un voto válido, o un voto nulo. La abstención refleja la visión de un electorado que no ve ninguna opción política válida a la que confiar su preciado voto. Eso, y que además el domingo hace un tiempo de playa ideal. El problema que hay que analizar, es el porqué de este porcentaje tan alto de abstención, que además en las elecciones europeas es significativamente elevado.
Yo propongo varias explicaciones. El electorado ve el parlamento europeo como un ente demasiado alejado de la ciudadanía. Que la población percibe al eurodiputado como un cadáver político a quien su partido lo envía al exilio para que no dé por culo en el país de origen. Que el parlamento europeo es un club exclusivo de señoritos que ganan un dineral y no hace nada. Y que europa es esa entidad política que no hace más que legislar y controlar nuestra economía a base de eliminar aranceles a los chinos, favorecer la fuga de industrias, jodernos el plátano y el tomate mientras se beneficia a Marruecos, etc.
Tampoco me creo la tesis catastrofista de que la abstención favorece a la extrema derecha. No. La extrema derecha asciende por sí sola con el voto de descontentos y euroescépticos, con el descontrol de las políticas liberales y con los desmanes de la industria y la banca. El avance de la extrema derecha, o más bien los vaivenes, sería un motivo de discusión interesante. Porque si bien estos representan las opciones fascistas, nazis o fachas, que fueron combatidas por las “democracias occidentales” en la segunda guerra mundial ahora se empeñan en volver a resurgir de sus cenizas. O tal vez nunca fueron completamente vencidas. Sin embargo el comunismo, que en el período de la postguerra, se perfiló como una opción al capitalismo liberal que encarnaban las “democracias occidentales” surgió con una fuerza arrolladora que durante casi 50 años luchó para abrirse camino como opción política válida. Se convirtió en ideología post-colonial, anti-imperialista, económica, etc. En Europa en concreto, surgió con fuerza en países como Italia, la España de la predemocracia, y caló en países con un buen sistema social como Suecia o Noruega. En los años 70 se le denominó eurocomunismo, para diferenciarlo claramente de la opción soviética o maoísta. En los 90 desaparecieron completamente de la esfera política europea, y en España sus restos naufragan bajo las siglas de I.U.
Analizando los datos de los resultados, sin entrar en mucho detalle, nos encontramos con que los votos de la derecha se han fidelizado desde hace años. Y mantienen un perfil de votante entrado en años, que ha vivido los años dorados del resurgir económico de Europa en los años 50-60 y un voto joven que ve que esos logros sociales van desapareciendo uno por uno. La izquierda sin embargo, heredera del eurocomunismo, se ha diluido en multitud de formaciones políticas o seudo-buenrollistas, sin tener muy claro un referente o un ideal que perseguir: PSOE, partidos nacionalistas liberales, verdes, humanistas, antiglobalización, comunistas de antiguo corte, partidos-ong, etc. Esta disolución de izquierdas ha hecho que este voto se disperse por todos lados, sin que exista un estrato donde se encasillen claramente, comiéndose en muchos casos el ámbito de actuación unos a otros. Mientras que la derecha (radical o moderada) encaja perfectamente en el espectro político.
Votar en una democracia sería no solo necesario, sino moralmente obligatorio. Pero siempre que habláramos de democracia, y no del espectáculo circense en que se ha convertido la política europea. La democracia solo tiene validez en cortos espacios de actuación, en la antigua Atenas, en el ámbito espacial de su ciudad y de sus ciudadanos. En una comunidad de propietarios para elegir al presidente y al secretario (si consiguen ponerse de acuerdo), en clubs deportivos, o incluso en municipios. Pero a niveles provinciales, nacionales o supranacionales, el sistema democrático no sirve. En estos casos la democracia se convierte en la busca y captura de votos para perpetuar en el poder a una clase social de nuevo corte, la clase política, que campa a sus anchas en todos los ámbitos sociales, económicos y políticos de la sociedad occidental, engordando la burocracia de la que se sirve y a la que sirve para conseguir perpetuarse en el poder.
En la actualidad, la democracia se ha convertido en vasalla del capitalismo. Y los políticos en los gurús de la “libertad” frente a la tiranía que campa por el tercer mundo, y que campó por Europa hace 50 años. Lo que pocos perciben es que la tiranía que se asienta en el tercer mundo, ha sido impuesta por la democracia capitalista de occidente. Hoy día no podemos hablar de democracia en Europa, sino de capitalismo. El capitalismo que en los 70-80 demonizó y exterminó la ideología de izquierda que amenazaba con ascender al poder, un capitalismo que se ocultó en forma de democracia para perpetuarse a sí mismo.
Si usted cree que exagero, piense lo siguiente. Nombre organismos internacionales al servicio de las democracias que tienen un sistema de elección democrático. ONU, OTAN, FMI, G-8, etc, ¿ha votado usted alguna vez para nombrar los miembros de esos organismos? ¿O lo han hecho de forma amable y desinteresada sus representantes “democráticos” al servicio del capital? Abra los ojos. Nosotros, ciudadanos de a pie, solo conseguimos rascar la superficie del sistema con nuestros votos. El núcleo, el capitalismo, está bien encapsulado en las estructuras de la sociedad. Y es inalcanzable.

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