viernes, 26 de junio de 2009

Mi espacio 35. Martín


Desde que Martina llenó sus dos maletas con casi toda la ropa del armario y la mitad de la librería y cerró la puerta a su espalda después de acariciar al perro detrás de las orejas, Martín no siente la necesidad de levantarse de la cama salvo para llenar los cacharros de comida y de agua del perro, y bajarlo a la calle quince minutos dos veces al día para que se desahogue en un parterre del parque. Martín sigue pensando, y esperando, que Martina abrirá algún día la misma puerta que cerró hace dos meses y entonces se levante de la cama para algo más que para atender al perro y para cagar y mear. Pasa las mañanas y las noches viendo la televisión en un duermevela y leyendo la misma novela una y otra vez, escribiendo en los márgenes cualquier cosa que le pasa por la cabeza y entreteniéndose inconscientemente en crear nuevos finales y en cambiar el destino escrito de cada personaje. Martín está de acuerdo cuando su cabeza le dice que aquella situación no le lleva a ninguna parte y que debería levantarse de la cama, echar las sábanas a lavar y cambiar el aire.
Ya lo sé, pero no sé cómo hacerlo, le responde a su cabeza y a él mismo.
No se afeita, no se ducha, no se lava los dientes y apenas come. Cuando el perro salta sobre la cama y le lame la cara y ladra después de solicitarle su atención, Martín pone los pies en el suelo y piensa que ojalá se lo tragase una enorme oquedad que originase un terremoto con epicentro en su piso. Varias veces le ha pasado por la cabeza olvidarse del perro y dejar que éste, muerto de hambre, algún día la emprenda a dentelladas con él y le arranque las entrañas como ha visto hacer a tigres con las gacelas en los documentales de mediodía. Pero le aterra morir así. Otras veces piensa que el intenso dolor que siente por dentro sería paliado de un plumazo por el dolor que le provocaría su perro arrancándole la piel y sorbiéndole los sesos, pero Martín siempre ha tenido pavor al dolor físico. El simple pinchazo de una aguja le provoca nauseas y mareos desde pequeño.
Todas las mañanas, cuando el sol se cuela por las rendijas de las persianas que hace dos meses que no levanta y le obliga a ese acto para él lacerante de abrir los ojos y reconocer que sigue vivo un nuevo día y que Martina no está en casa preparando el café y poniéndose los zapatos para ir a trabajar, piensa en cual sería la mejor forma de quitarse de en medio. Y cuando baja los escalones con la camiseta de propaganda de Coca-cola y el pantalón de pijama a cuadros que se puso después de ducharse la última noche que durmió junto a Martina, piensa en dejarse caer por las escaleras, agarrar fuerte la correa del perro y esperar a que este baje los escalones de dos en dos como poseído, deseando tener la gran suerte de golpearse la cabeza y yacer desangrado y solo en el rellano. Aunque, a medida que baja los escalones siguiendo al perro que babea y tensa la correa, se cruza con algún vecino que le da los buenos días.
Los buenos días, piensa Martín. Hace dos meses que no tengo un buen día y desearía que este fuera el último buenos días que me das con tu estúpida sonrisa.Y las tardes que vuelve después de los quince minutos que pasa con el perro en el parque, siempre llama antes de entrar en casa. Y después de abrir la puerta, incluso después de saber que Martina no está quitándose los zapatos de pie en el salón mientras canturrea si llega contenta, dice cariño en voz alta y cantarina y se acerca al salón sigiloso, como si avanzara furtivo en casa ajena, para sorprenderla por la espalda y besarla en la nuca. Sabe que tendrá que acercarse al supermercado para comprar comida para el perro pero espera que Martina recuerde que el saco se está terminando y que él, entre el trabajo, las reuniones y los viajes entre semana no tiene tiempo de pasarse. Porque Martín, antes de que Martina metiera en su bolsa del gimnasio la mitad de la torre de los cedés y todos los deuvedés que él le había regalado por su cumpleaños, algún aniversario o en Navidad, vivía entre las salas de reuniones y los aviones. Martín habla con fluidez cuatro idiomas y algunas noches, cuando recuerda que hace dos meses tenía que viajar a China para conseguir cerrar un contrato millonario con el Sr. Chen y el Sr, Yun para exportar a precios que a los chinos les parecían excesivos, piensa que de qué le sirve saber decir la misma palabra en cuatro lenguas distintas si es incapaz de levantar el auricular, marcar el número de teléfono de Martina y decir hola. Pero esa férrea seguridad que muestra en sus negociaciones es, en su cama, una cuerda roída con la que ni loco haría una escalada. Y también ha llegado a pensar, cuando apura medio vaso de leche de los tres tetrabriks que encontró en la despensa y con los que ha ido mitigando, junto a algunas latas de conservas, los dolores de cabeza azotado por el hambre, que si se ha disculpado cientos o miles de veces por pisar a alguien en la calle, por dar un codazo al entrar en el ascensor o por pedir disculpas antes de preguntar cualquier cosa a un desconocido, por qué es incapaz de levantar el teléfono, marcar el número que sabe de memoria y que ha repetido mentalmente una y otra vez durante estos dos meses, y decir, hola, y te pido disculpas, cariño.
R.M.V.

2 comentarios:

Modesto González dijo...

Muy guapo tío. Martín no encuentra la llave que cierra el pasado y abre el futuro y la ilusión por vivir. De todas maneras, no es tan fácil quitarse a alguien con las que has compartido cama, aficiones y amor. Nada fácil. A unos les da por quedarse tirados en la cama, a otros... por drogarse, alcoholizarse... hay incluso muchos que les da por hacer deporte para sudar penas y quitarse kilos de recuerdos inolvidables con aquella pareja que te marcó de por vida. De nuevo, Raúl, me ha encantado tu relato, tan real como la vida misma.

Mensy dijo...

Muy buen relato……..Como cuesta levantarse cuando crees que lo has perdido todo o no has sabido valorar lo que tenías a tu lado porque la rutina, el día a día, la costumbre va matando las ilusiones……y un buen día te despiertas y echas de menos todo eso que llegaste a aborrecer y ya no sabes como vivir, como enfrentarte al nuevo reto que la vida te plantea y deseas desaparecer porque ya nada tiene sentido…… hasta que aparece otra Martina y se vuelve a repetir la historia…….jajaja