Esta vez no erraré el tiro. Me aproximé al enemigo. Habían aniquilado a muchos compañeros. Debía vengarlos. Yo era el francotirador. Me agaché y avancé sigiloso por un lateral. Me coloqué en posición y miré a través de la mirilla, apuntando directamente a la cabeza del adversario. Respiré hondo, me relajé, no podía fallar. Cerré un ojo mientras con el otro apuntaba. En ese instante, el enemigo me miró fijamente a través de la mirilla y comprendió. Se me aflojaron las piernas y casi no pude disparar. Luego gritó. Reaccioné a tiempo para que la bala atravesara su ojo derecho. Nunca olvidé el rostro del miedo.
1 comentario:
Veo que estamos rescatando los microrelatos. Me gustan bastante, son dinámicos y muy ágiles.
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