El caso del hombre hallado muerto en pie.
En aquel pueblo de la cordillera pirenaica nevaba copiosamente, como siempre y durante los días laborales al caer la tarde muchos de sus habitantes iban y venían por las aceras después de salir de trabajar, pero esa tarde lo hacían bajo una inusual helada que resquebrajaba las miradas y hasta los sentimientos.
Casi nadie se fijaba en aquél hombre que llevaba rato allí de pie, en medio de una de las calles, tenía nieve acumulada en los hombros y ya le sobrepasaba media canilla, se estaba enterrando, pero además es que tenía los ojos totalmente cerrados...
Su viejo abrigo marrón, sus guantes roídos y su morral lo hacían inconfundible a los ojos de los transeúntes, todo el mundo sabía quién era aunque aquellos harapos ocultaran siempre su verdadero “yo”. Algunos que lo vieron allí quieto en la calle pensaron que tal vez estaría meditando algo, o intentando recordar de que si dejó esto o aquello bien cerrado, o que quizás rumiaba la forma de decirle algo que nunca le dijo a alguien y no sabía cómo, y en fin, casi todo el que veía a Pablo José así, pensaba que estaría como siempre sumido en sus cosas.
Sabían que era un hombre más bien solitario, después de dos divorcios que sacaron lo peor de él y sin descendencia alguna o por lo menos conocida, todos se habían acostumbrado a su casi fúnebre presencia. Su trabajo como jardinero por horas sueltas, lo habían transformado en un hombre distante y hasta huraño con las personas. Era más bien una ser solitario y poco sociable.
Así, casi nadie, o más bien nadie le preguntaba nada, salvo su casero que por compromiso lo llamaba de vez en cuando por teléfono por si en la casa de alquiler donde vivía Pablo José hubiese algún desperfecto, y desde luego que no eran pocos, ya que aquella casa construida en 1964 nunca tuvo una reparación seria. Solo pequeñas chapuzas que parcheaban aquí y allá las grietas cada vez más grandes que iban apareciendo en las paredes de la casa adornándolas con dibujos abstractos sobre un blanco empobrecido. Un lugar tan triste para vivir, que en épocas de tormenta, del techo brotaban lágrimas muchos días con sus largas y frías noches.
Uno de los vecinos del pueblo al pasar por segunda vez delante de Pablo José, advirtió que este seguía en el mismo sitio e inmóvil, -¿se habrá congelado?-, se preguntó. Pero la curiosidad le pudo y se acercó al hombre no sin algo de miedo ya que conocía de sobra las palabras tan tajantes que usaba esta estatua que ahora erguía en medio de la calle.
Notó que no exhalaba nada de aire, lo llamó por su nombre con temor, prácticamente no se oyó ni él mismo, pero al ver que el hombre no respondía, se atrevió a zarandearlo con algo de inquietud al tiempo que lo llamaba por su nombre…
-Don Pablo José, don Pablo José…
Aquel cuerpo cayó de espaldas como una losa de mármol sobre la esponjosa nieve que tintaba de blanco todas las formas, al chico no le dio tiempo si quiera de agarrarlo cuando la aquel ser helado caía inerte, al mismo tiempo el susto que le producía el momento le dejo el corazón a punto de reventar y los ojos abiertos como platos…” No había duda, estaba muerto. -Se apresuro a gritar a los vecinos.
-¡Por favor, que alguien llame a la policía, hay alguien muerto!
Pronto empezaron a acercarse vecinos y curiosos para ver al finado en aquella pose tan rara, parecía dormido, ido, ausente, era bastante curioso. Algunos ya empezaban a murmurar y mientras, llegaba la policía y ya se disponían a acordonar la zona, a despejar a los curiosos y a recoger pistas.
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