En el metro, cuando ya el sol había pagado su billete a otra estación, y la noche regresaba tras otro día de ausencia, ambos jugaron a mirarse. Mataban al tiempo, él con su libro de aventuras épicas y ella con su revista semanal. Él, tímido incorregible, acechaba de reojo por encima de su disimulo empapelado; ella, destapada y decidida, se lanzaba de frente desnudando sus intenciones, sensual y provocativa. Los ojos achinados de él espiaban sus curvas, sus labios de fuego y el río de pólvora que, desde su garganta bajaba hasta sus pechos explosivos, detonando a bombazos el corazón de él originando gotas de sudor en su frente. Ella, origen de su agitación, remataba sus encantos recogiéndose la melena, abriendo lugares escondidos e inexplorados. Él, nómada incansable del género femenino, jamás había presenciado rincones tan exóticos. Él anhelaba pisar de besos sus lóbulos o adherir su lengua a su cuello de jirafa, mientras ella deseaba escalar por sus músculos de gimnasio y bajaba a su entrepierna abultada, lista para encañonar.
El timbre que avisaba de llegada a destino, empezó a resquebrajar la burbuja que los envolvía. En un movimiento agil, ella guardó su revista, se abotonó el abrigo y se acomodó su pelo azabache hacia atrás, mientras él guardaba su libro y tarareaba una canción que bajara el silencio de su azoramiento. El chirriar del vagón detenía la incertidumbre de saber si todo fue una curiosidad moribunda o un principio alentador. Ambos se apeaban en la misma estación. Estaban de pie esperando que el vagón abrirse las puertas, separados únicamente por un cuerpo orondo que negaba una último vistazo a la inspiración. Ella sólo veía de él, la bandolera donde guardaba sus íntimos secretos; mientras él avistaba de ella, los tacones afilados que la alargaban hasta el cielo. A través de la barrera rolliza, él oteaba sus pechos encorsetados clamando libertad, y ella admiraba a través de un resquicio permitido por la casualidad, un hombre esculpido en mármol. Ella bajó primero, él después. La perseguía por el andén, vaineneándose al compás de sus andares felinos. Salió de la estación, al frío de la noche, sintiéndose observada, y deseada. Su lento caminar taconeado, retrasaba el momento de la despedida. Esta noche, consumarían el amor a primera vista; él desvelándose de lujuria, ella vagando sonámbula en su busca, hasta que en el día de mañana se volviesen a encontrar.
3 comentarios:
Eres el más inspirado...los demás estamos atravesando el desierto , las musas se han ido todas contigo...
Interesante esta senda "calentita" que te dispones a transitar, Mode. Por cierto, el tercer capítulo de "Alma"... chapeau.
Gracias. Y agradezco a Ángel, que le llevé el capítulo impreso, el corregir algunos fallos que, como bien sabes, son difíciles de ver cuando uno es el que escribe. Hay que corregir cosas, pero en esencia, estoy contento de cómo va saliendo. Como bien me dijiste en otra ocasión, una segunda opinión objetiva es importantísimo a la hora de mejorar el texto. Por supuesto, antes de mandarlo a concurso, revisaré a fondo todo el texto.
Publicar un comentario