Como dije ayer, comentando el artículo de Claudio en el que nos enseñaba sus atestadas estanterías, mi colección no es muy grande pero sí tiene muchos de los títulos que me han interesado y que han conseguido, año tras año, un aumento considerable de dioptrías. Creo que empecé a coleccionar y hacinar libros así como a los 15 o 16 años, cuando tuve mi propio espacio en casa de mis padres (durante muchos años dormí junto a mi hermano). Compré mi primera estantería en Muebles el Mirón y en poco tiempo los estantes cedieron. Siempre he tenido el vicio de comprar libros de segunda mano. Al principio los compraba en el Rastro de Santa Catalina cerca del Castillo de La Luz, a diez y veinte duros los de tapa dura. Distintos préstamos sin devolución y el continuo ajetreo de las mudanzas ( nueve casas en ocho años) acabaron con muchos de ellos olvidados, perdidos y unos treinta o cuarenta que con todo el dolor del mundo terminaron en la basura una lluviosa tarde de octubre – pasaron dos años empaquetados en el garaje de una amigo y la humedad hizo estragos-. Otra cosa que me apasiona es llenar las estanterías con fetiches, fotos, recuerdos de viajes, figuras de colección… media vida (de los 16 años a los 33) amontonándolo todo sin orden ni concierto. en casa de mis padres quedó una pequeña colección de juventud que heredó mi hermano y que miro con cariño siempre que los visito. Últimamente compro pocos libros. Los préstamos e intercambios han conseguido que en mi pequeño piso no se sobrepasa el límite recomendado por las autoridades del feng shui. Y mi alergia al polvo me lo ha agradecido (casi) desapareciendo.
Sigue pendiente conseguir visitar la casa de ese conocido de Ángel (cómo se llamaba… sí, éste…) que atesora – no eran 7 mil, Claudio- unos 14 mil libros (¿en el siguiente escrito serán 21 mil?). Me imagino entrando en esa casa con el mismo asombro y parsimonioso paso de Daniel Sempere atravesando el Cementerio de los Libros Olvidados
3 comentarios:
¡¡Oye, oye...!!
¡No veo por ahí EL MANIFIESTO HEDONISTA...!!
El otro día volé en un avión pilotado por Raúl. Me dispuse a disfrutar de unas vistas privilegiadas: su biblioteca personal. Ni me enteré del vuelo, ni de la hora, ni de lo tanto que disfruté mientras escogía trocitos de cielo y los acariciábamos. Unos sedosos, otros rugosos, otros maltratados por el tiempo o las caídas, en definitiva: gracias por dejarme sentir un poco de paz en mi guerra diaria.
Espléndida colección. Si alguna vez tienes que deshacerte, por la causa que fuere, de algún libro, acuerdate de mi. Yo los acojo sin problemas.
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