Estos días, después de salir de algunos laberintos he vuelto con mi hijo a jugar por las tardes unos pequeños partidos de baloncesto, entre 15 a 20 minutos. Antes solíamos jugar hasta cinco. Cada partido consta de diez puntos. Pero estos días por el calor lo estamos haciendo hasta tres. Aunque me he forzado, hasta ahora no había ganado ninguno. Creo que incluso me llegó a derrotar tres a cero. Al final de cada partido cuando ganaba, levantaba las manos y se iba muy contento. A favor mío tengo que decir que voy a jugar después de hacer media hora de footing, y a veces incluso después de hacer unos 15 minutos de pesas. El viernes 16 de septiembre después de mi carrerita llegué sudando a su casa. Comenzamos a jugar y vi que él no tenía muchas ganas, había estado jugando una hora en el instituto y eso para el ya era suficiente. Así que entre sus pocas ganas y mi cansancio parecía que jugábamos en cámara lenta. Pero llegamos a un 8-8, por lo que aceleré un poco y le gané 10-8. El segundo seguimos la misma rutina y volví a ganar. El tercero íbamos 8-8, yo quería ganarlo porque estaba hecho polvo, quería terminar, pero me ganó. Tuve que parar, beber un poco de agua y descansar para superar la pájara, lo cual aprovechó mi hijo para empatarme dos a dos. Ya casi rendido me dejé llevar y el partido de desempate iba 8-2 a su favor. A ver si pasa este suplicio. Pero, en un respiro conseguí meter otra canasta 8-4. Entonces desde la línea de tres puntos le dije:
“Bueno, en toda la tarde no he metido ningún triple, así que aquí van los dos…” Tiré y encesté. 8-7. Volví a tirar y ante la incredulidad de mi hijo, el balón volvió a entrar, 8-10….
¡Gané, gané…!
Mi hijo se fue con la cabeza gacha y sonriendo para su casa…
Yo, me reí, y dije: ¡Por fin la metí…!
3 comentarios:
Tu última frase es una metáfora perfecta.
¿alegoría? la última frase en rojo
jajajajajaja, joer...siempre pensando en lo único...
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