¿Y si cierro los ojos y te marchas?
No me importa pasar la noche en vela para asegurarme de que amanece y no te has ido con la luna, aunque seguro que ella sí volverá por la noche. Da igual, qué van a ser, cuatro o cinco horas en las que me entretendré mirando por la ventana, viendo al camión del ayuntamiento que suele pasar a esta hora haciendo un ruido de mil demonios, o contar los escasos coches que circulan a estas horas: intentar adivinar su color o su marca. Tonterías que consigan hacer las horas más llevaderas y que no requiera demasiada concentración. También puedo fumar un par cigarros después de tanto tiempo sin hacerlo, y abrir esa botella de vino que hace dos años que la veo todos los santos días sobre la nevera. Pareceré un secuestrador que no te quitará ojo de encima en toda la noche mientras duermes, pero no quiero correr el riesgo de que vuelvan a pasar tantos años. Sólo será esta noche. Una sola noche que serán horas porque hoy lo hemos pasado bien y el tiempo pareció volar entre risas, suspiros, recuerdos, labios, manos, ausencias, silencios, instantes casi olvidados… La cena también se alargó; y esa llamada que nos interrumpió, cuando me quise morir al ver como bajabas las pestañas y te tapabas disimuladamente la boca. Creí leer un te quiero en tus labios. Mataría a quien se lo dijiste en ese mismo instante. También alargamos el paseo hasta mi casa, parándote en todos los escaparates como una niña pequeña que quiere todo lo que ve. Sabes que robaría para ti la ciudad si me la pidieras con esa carita caprichosa que pones cuando impostas un llanto infantil: la cara más bella que he visto en mi vida. Pasaré la noche sentado en el sofá, sin pegar ojo, con todos mis sentidos muy vivos, imaginado todos los días que nos quedan por vivir, el color de las paredes de la casa que construiremos con nuestras manos, nuestra casa, la que soñamos y dibujamos muchas veces, con su pequeño huerto y todos los gatos que se te antojen. Cuando amanezca, despiertes y nos fundamos en el abrazo que no conseguirá robarme la noche nos iremos; dejaremos la ciudad y desapareceremos. Entonces descansaré contigo entre mis brazos. Te peinaré con mis manos los cabellos revueltos y nos acurrucaremos un ratito antes de tomar un café y desayunar viendo las noticias, como hicimos muchas veces los fines de semana que pasábamos en casa. Llamaré al trabajo para decir que estoy enfermo y volveremos a meternos entre las sábanas, dueños de todas las horas del día, y charlaremos en la cama, riéndonos de la gente que va a la tele a contar sus miserias por un bocadillo, ¿te acuerdas?, y una cocacola, apostillabas siempre. Por todas estas cosas no quiero que te marches si me quedo dormido, no volveré a cometer el mismo error de tomar esas putas pastillas que me adormilan y me dejan babeando. Que quisieras volver a verme esta mañana ha sido maravilloso, y verte tan guapa y simpática ha sido como nacer de nuevo. Por eso no quería que se terminara el día, y llenaba los silencios con cualquier vago recuerdo que te hiciera pensar y así ver como pasaban los minutos y las horas y seguías sentada frente a mí, en nuestro bar de siempre aunque ya no sea el mismo bar aunque siga estando donde siempre. Me duele la cabeza. Son esos pinchazos en las sienes que me atormentan, pero no puedo tomar las pastillas para calmarlos porque sé que me quedaré dormido y todo lo soñado se esfumará y no habrá servido para nada. Las cinco de la madrugada, ya queda menos. Ahora pasará el camión limpiando la calle a chorros y poco después se escuchará la puerta del bar de abajo quejándose con ese chirrido insoportable de todos los días. Sólo un par de horas más, unas horas y este cuento se habrá terminado con el alba, el relente en las ventanas, los motores de los coches, los pasos en la acera, los niños de camino al colegio… Está sonando tu teléfono móvil dentro del bolso. Cuatro, cinco, seis veces… ya para. Cómo te llaman a estas horas. Me inquieta saber quién te llama a estas horas y rebusco en tu bolso. Jodidos ifones con su pantallita y sus mierdas. “Nico Casa”. La cabeza me va a explotar. Nico Casa. Nico Casa. Nico Casa. La cabeza me va a explotar. Me tomaré las pastillas. Un par de horas; no me quedaré dormido antes el amanecer. El teléfono otra vez. Nico Casa. Sólo dos pastillas que calmen este insoportable dolor de cabeza. Me acostaré a tu lado para ver si se me pasa. Parece que todos los relojes de la casa se hayan parado. Entra un poco de luz por la ventana; a ese Nico Casa se lo llevará el sol, lo hará desaparecer como hace años desapareciste tú con la luna. Sí, hay luz, y no son los faros del camión que barre las calles. Amanece. Amenece. Amanece y ya puedo dormir junto a ti para siempre, fundido con tu cuerpo, frío y desnudo. El teléfono, los primeros pasos en la acera, platos y cucharas en el bar de abajo, algún claxon lejano, muy lejano, tan lejos como ya estamos nosotros, en nuestra casa de paredes pistacho repleta de gatos.
5 comentarios:
¡Ha vuelto Raúl tan enigmático como siempre...!
¡Muy bueno viajero...!
Regresa unos de los hijos pródigos, me ha encantado Raúl, es muy muy bueno, te ha sentado de maravilla el viaje... ^_^ saludos.
Hola Raul, me gusta tu atormentado relato.Saludos.
A veces un par de horas dan para Admirables relatos como este Raúl……………Fantástico!!
Que bueno Raúl, es tan poco tiempo, como exprimes la situación. Maravilloso, nostálgico y algo paranóico al mismo tiempo. Un coctel bellísimo.
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