El fue el
primero en abrirnos los ojos
a
través de los suyos
rojos
por los
que expulsaba el humo.
Nos
describió el sabor de los besos
más reales
que en nuestras manos
y del
coño negro de Ana.
Fue el
primero en enseñarnos el mundo
distinto
al nuestro
el suyo
el
admirado
el
único en aquellos días.
En sus
uñas negras olimos el placer,
y en
los huecos de su boca conocimos
el dolor.
Nos
relató cómo era el amanecer de un sueño
y las
noches blancas
que
terminaban en fríos portales
de
granito.
Murió
agotado
herido
enfermo
y
desgastado
con las
manos de un viejo treintañero
llenas
de anillos de calaveras
tan
feas como la suya
macilenta
aunque sonriente.
1 comentario:
me gusta y mucho, vuelven las musas y las glorias ^_^ bien por eso...
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