Estos días de final de curso tengo curiosas sensaciones encontradas. Por un lado, entro y salgo de una de las clases con los mejores discípulos que he tenido en cuanto a empatía, aunque reconozco que su nivel académico no está a la misma altura. En los desayunos suelo entablar interesantes y amigables conversaciones tanto con alumnos como con compañeras/os que parece que los conozco de toda la vida.
Por otro lado, tengo a mi hijo que viene de superar tres cursos de la ESO sin demasiados problemas, pero no acertó a la hora de elegir asignaturas de cuarto para realizar un Ciclo Medio de Informática. Eso le ha llevado a bajar al infierno de los suspensos y tener sus padres que desembolsar dinero y sacrificar tiempo vacacional a partir de los resultados de la 1ª evaluación e inscribirlo en una academia de recuperación.
Hablando con otros padres del mismo curso compruebo que éstos están también contrariados pues sus hijos (habitualmente buenos estudiantes que en cursos anteriores habían obtenido magníficas notas), suspenden imprevisiblemente en tres o más asignaturas. Todo parece muy extraño en principio.
En casos así no se puede descartar nunca aquello de que “una mala conducción lleva el coche a descarrilar”. No siempre son los vehículos los causantes de los accidentes sino su pésimo manejo. Por lo que he puesto en esta ocasión el foco de atención en ciertos educadores por si acaso el mal no esté en el coche sino en el que lo maneja. Sin ánimo prejuicioso y sin la menor intención de establecer determinismos mecánicos sobre la paternidad, sí entiendo que algunos enseñantes que tienen hijos son más proclives a enfocar su labor profesoral con una visión más sensible y diferenciada que aquellos otros que no son todavía padres. Y aunque siempre eso no sea así y de hecho se den casos muy dignos de profes sin responsabilidades filiales que hacen su trabajo correctamente. Pero en la relación alumno/profesor influye en mayor o menor medida aquello que decía Ortega y Gasset de “Yo soy yo y mis circunstancias”. En el origen de ciertas incomprensiones existen amalgamados sentimientos prejuiciosos, ausencia de cercanía, déficit de habilidades sociales, inmadurez intelectual (y/o afectiva) y demás recovecos propios de la no siempre bien conocida naturaleza humana.
Es por lo que, a veces, vemos que afloran ciertas conductas docentes impropias de personas adultas que parecen hacer gala de tener sus objetivos difuminados cuando no claramente perdidos. El funcionario docente ante todo tiene como misión principal la de EDUCAR por encima y por debajo de cualquier circunstancia.
Medir la calidad docente por el número de suspensos y jactarse enfermizamente de ello es tanto como reconocer el propio fracaso del ejercicio docente y la inviabilidad del sistema. En ocasiones, cuando el nivel de frustraciones individuales y grupales es elevado lo más lógico es examinar con el Equipo Educativo la situación, analizar las causas y buscar las respuestas más adecuadas.
Es lo que se suele hacer en estos casos. Sin ir más lejos, recuerdo en una reunión de la CCP que la directora, después de observar los resultados de la 2ª evaluación, dijo en alta voz para que se entendiera: “Si queremos recuperar a los chicos hay que…” Y dejó en el aire la solución a cada uno, pero envió ciertamente un mensaje. Está claro que el sistema está obsoleto y que todo no lo podemos solucionar de repente, de una día para otro. Pero (si nos lo proponemos) sí podemos amortiguar los perjuicios que recaen sobre nuestros alumnos. Aunque conviven con nosotros, ellos están en un “mundo” paralelo al nuestro si no más distante. Por ejemplo, mientras ellos dominan las nuevas tecnologías, nosotros no podemos decir siempre lo mismo.
Una vez, escuché a un psicólogo comentar que hasta que los niños que tienen hoy en día quinces años no sean profesores, la enseñanza seguirá igual.
Con esto quiero decir, que, en la medida de nuestras posibilidades, debemos esforzarnos a que chicos que deben superar hasta diez asignaturas por curso (no solo la nuestra) tengan todas las facilidades posibles; no ponerles más dificultades que las imprescindibles para que no tengan motivos de encerrarse en sus aisladas torres. A lo mejor habría que intentar algo parecido a lo que se hace en los exámenes de septiembre, “contenidos mínimos” o buscar actividades complementarias racionales que consigan los resultados curriculares previstos.
La semana de “ola de calor” del lunes 14 al miércoles 16 de mayo impartí clases en la planta baja. El jueves 17, que ya había mejorado la climatología, me dirigí a la clase 210 en la segunda planta para dar una hora de clase. A los diez minutos estaba sudando. Los chicos de 2º ESO me solicitaban salir a beber agua y los dejé ir, saliendo por turnos…Y me pregunté:
¿Nadie estos días ha pensado en estos pobres chicos encerrados entre sofocantes paredes?
A veces, tengo la impresión de que la rutina y la insensibilidad nos impiden ver la realidad y ponernos en el lugar del otro.
Si no nos esforzamos más con estos alumnos, tendremos un pueblo ignorante, y los gobernantes seguirán campando a sus anchas. Si no educamos para alcanzar con razonable éxito algunas competencias básicas como saber pensar y razonar por sí mismos puede que obtengamos alumnos resentidos con el sistema educativo y con la sociedad. La crisis económica está provocando efectos devastadores, pero la crisis provocada por la deseducación o por las malas prácticas docentes puede ser aun más letal.
Les recomiendo leer estos dos artículos relacionados sobre el mismo tema:
1. Las inútiles (Gabilondo):
2. Profesor –obrero:
P.D. ¿Por qué le puse este título al artículo?
El Sábado 2 de junio, cuando circulaba con la moto a la altura de Punta de Mujeres, en dirección hacia Órzola, una gaviota parecía que estaba intentando aterrizar en la carretera, justo delante de mi…Tuve que agacharme porque parecía que se venía contra mi cabeza, pero consiguió ascender y evitar un desastre, no obstante el susto no se me ha ido...P.D. Este artículo lo hice con la ayuda de un amigo.
2 comentarios:
Lúcida reflexión, Juan, y valiente y necesario ese mensaje de necesidad de juicio propio, autocrítica e introspección. Recuperar al educador (tanto en casa como en la aulas) es tarea pendiente. Enhorabuena a tí y a tu colaborardor.
Es cierto que los profesores que son padres pueden tomarse la docencia de una forma diferente a la normalizada. También es cierto que muchos padres de alumnos, estamos mediatizados y puede que no tengamos una visión objetiva del docente. Ni del sistema docente.
Publicar un comentario