sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo I. El perro y el gato.

—No veo a nadie.


—Hace días que no vemos a nadie.

—Pero anteayer vimos un coche de policía por la calle.

—Sí, era un coche de policía. Pero no vimos a nadie. Le gritaste cuando pasó debajo de la ventana y no paró. Que alguien viaje en un coche de policía no significa que sea policía. Debes tener cuidado con los desconocidos, no sabemos sus intenciones.

—Pero la última vez que vimos a alguien por la calle fue hace diez días. Y sigo pensando que no era una desconocida.

—La viste de forma muy fugaz, no pudiste distinguir quién era.

—Sí que la vi. Ya te dije que era la vecina de la casa roja dos calles más atrás. Con la que tuviste aquella bronca por el perro, porque se meaba en la puerta de casa.

—Pues vaya casualidad. Debe ser el destino que se ríe de mí.

—No es mala persona, papá. Siempre me saludaba por la calle cuando me veía.

—Y a mí me ladraba su perro. Cuando la vuelvas a ver, la saludas. Ya me encargaré yo de ladrarle.



El niño estaba apoyado en el alféizar de la ventana, escrutaba la calle con atención. Debía tener unos nueve o diez años. Las últimas luces de la tarde se filtraban a través de la persiana a medio bajar y bañaban el salón con una claridad anaranjada. El hombre, sentado en un sofá, aprovechaba los últimos rayos de sol para apurar un libro que leía con parsimonia. Al cabo de un rato, cerró el libro y se levantó.



—Vamos hijo, debemos cenar antes de que se haga de noche del todo.



El niño cerró la ventana y siguió a su padre hasta la cocina. Abrieron un par de latas de carne y judías en salsa, repartieron la comida en dos platos y comieron. Se sirvieron agua de una garrafa y mantuvieron silencio hasta finalizar la cena. Un enorme gato negro apareció en la cocina maullando de hambre y restregándose por las piernas del niño, éste abrió un armario y rebuscó en una bolsa de plástico. Sacó un puñado de pienso y lo vertió en una lata debajo de la mesa. El gato comió con avidez.



—Peludo solo tiene comida para un día más.

—Y ésta es la última garrafa de agua que nos queda. En casa de los vecinos ya no queda nada comestible. —El hombre meditó un largo rato—. Mañana saldremos a buscar comida. No podemos permanecer más tiempo encerrados aquí dentro. Si hubiera alguien capaz de prestarnos ayuda, ya habría venido hace días.

— ¿Lo dices en serio papá?, ¿puedo sacar la bicicleta?



Un ladrido interrumpió la conversación. El niño se abalanzó hacia la ventana.



— ¡Es ella!, ¡es ella! —gritó—. ¿Ves como yo tenía razón?



El padre corrió hacia la ventana, llegó a tiempo de ver una sombra que se deslizaba entre los edificios al final de la calle. Miró hacia la acera, bajo la ventana desde la que vigilaban.



—Tengo que disculparme, al final tenías razón. La vecina maleducada sigue por aquí, y su maldito perro sigue meándose en la puerta de casa.

4 comentarios:

Satori Kundalini dijo...

¡¡¡¡Quiero máaaaaaaas!!!!!

Juan G. Marrero dijo...

Regresa Colombo....

Raúl M.V. dijo...

Inquietante.

Ángel Díaz dijo...

hoy, despues de la grata reunión en Pandora cuando nos despediamos de claudio en la cuesta de "pepe el árabe" y despues de estar un largo rato hablando sobre, la endogamia en arucas, la costa y demás cuestiones..al irnos claudio me pedia que leyera el relato y opinara y que no sabia si seguir o no con el, y raúl me comentó que le recordaba a la novela de Cormac Mccarthy "la carretera" pues bien claudio, me gustaria que continuaras con la historia porque promete, me ha gustado.