Hacía dos semanas que había roto con mi pareja, y para levantar el ánimo aquella tarde no se me ocurrió otra cosa que contratar los servicios de una señorita de mala vida.
Solo tenía veinte euros y aún así me dirigí dando un paseo al barrio donde estaban las estas estupendas "animadoras sociales", que solo estaban diez minutos de mi casa.
Al llegar allí lo primero que vi fue una rubia de uno noventa, pechos firmes, guapísima. Me apresuré a pedirle precio antes de que alguien se me adelantara.
-Hola
-Hola
-¿Cuánto me cobras por un revolconcito?
-Treinta y cinco euros
-¿Treinta y cinco? - repetí asombrado como un puñetero loro - . Solo tengo veinte.-
A ella no le importaba perder un cliente como yo, ya que ya había dos maromos dando vueltas cerca de nosotros a ver si yo me iba o no, para entrar ellos con aquella rubia tacaña.
-Por ese dinero tendrás que ir con Romina, la veterana – me espeto como en tono de burla.
-Hazme una rebaja, por favor
-No chico, esto es lo que hay… ¡Romina! ¡Romina!, aquí hay uno preguntando por ti.
Romina apareció de entre uno de los zaguanes dos casas más abajo. Era tan grande como la rubia tacaña, pero estaba mejor comida. Tendría unos cincuenta y pocos años. Le sobraban unos quilitos, pero aquel traje rojo de cuero ceñido y los zapatitos de tacón, me hacían tragar lo que fuera. Total, yo tampoco era ninguna hermosura.
-¿Qué?, ¿te ha dado calabazas Sandra? Ven que yo te puedo hacer lo mismo o mejor. ¿Cuánto tienes?
-Veinte euros- respondí.
-¡Bueno, vale, te haré un apaño!, no está el negocio como para perder clientes. Vamos arriba.
Entramos en aquella vieja casa de dos plantas que olía a sexo. Subimos por las escaleras a la planta alta. Yo iba detrás de Romina, que iba meneando el culo de una forma tan cachonda que creo que la puñetera rubia tacaña no podría superarlo nunca.
Entramos en la habitación, (yo siempre detrás de aquel culo enorme y apretadísimo). Nos sentamos en el borde de la cama, que era más ruidosa que un tren expreso. La luz rojiza del techo, la palangana y el lavamanos que está a dos metros de mi en la pared, no daba lugar a dudas... estaba en la habitación de una prostituta.
Romina empezó rápida a hacer su trabajo, quería coger los míseros veinte euros lo antes posible. Mientras me besaba por el cuello al tiempo que me remangaba la camisa, se me ocurrió preguntarle:
-Romina, ¿puedo llamarte Katy? es que mi novia se llamaba Katy.
-Si, llámame Katy.
-Vale- Ella seguía con las prisas y eso a mí no es que me excitara mucho. Ella seguía manoseando, desabrochando mi cinturón.
-Oye Katy, ¿puedo llamarte Cecilia?, es que esa era la mujer de un amigo, estaba tan requetebién.
-sí, soy Cecilia para ti. - ella seguía con su trabajo laborioso.
-Cecilia, ¿puedo llamarte Laura?
-¡Joder tío! llámame como quieras, pero deja de preguntar.
-Es que me excita pensar en las mujeres con las que he estado.
-Vale, dime lo que quieras o llámame como quieras, pero céntrate que se nos hace tarde.
- Vale, Laura. me pone mucho llamarte Laura- ella seguía chupando mi pecho, ya me había bajado los pantalones y había metido su mano experta en mis calzoncillos. ¡Aquello empezaba a coger forma!
Pero de repente:
-¡Ay! Laura
-¿Qué pasa?
-¡Que me has mordido un pezón!
-¿Y qué? ¿no te habrá dolido, no?
-Poco, pero me has hecho recordar a Valeria, la italiana que conocí en el crucero de mi luna de miel por el mar Mediterráneo. Tenía la manía de morderme los pezones.
-¿No me irás a llamar Valeria ahora, no?
-No Valeria. Perdón Katy, no, era Laura. Ahora ya no sé quién eres- con cara de malas pulgas aquella oronda mujer hacía rato que ya me había puesto el preservativo, se había subido sobre mí, que estaba boca arriba, y empezaba a menearse.
-Te mueves como Natalia
-¡Basta! ¡Basta! ¡No lo soporto más!, llevamos media hora aquí y solo dices tonterías. ¡Me estás volviendo loca! Págame y vete pedazo de cabrón, que te he aguantado mucho ya.
Aquella mujer se enfureció tanto que parecía una leona del mismísimo África. Le solté los veinte euros sobre la cama, que me había sacado a toda prisa del bolsillo del pantalón, y a medio vestir corrí escaleras abajo. Ella seguía vociferando y llamándome loco, enfermo y cosas así.
Salí corriendo y me alejé todo lo más deprisa que pude de allí. A medida que caminaba con paso ligero y al mismo tiempo colocándome bien la ropa, me fui tranquilizando.
Empecé a disfrutar del paseo de nuevo, una socarrona sonrisa se dibujaba en mi boca... Había estado con todas las mujeres que había amado en tan solo media hora y por solo veinte euros.
Esto sí que era la mejor máquina del tiempo que nunca soñé. Volví a sentirme animado y mi ego engordo tanto como mi descomunal panza.
Satori
5 comentarios:
jajajaja, que bueno, me ha gustado.
Esta mujer hace descuento por grupos?
Por tios.
Al principio pensé que era de Claudio....
Pero qué bueno...Y la idea es genial para extenderse...
Genial Rafa!
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