Me levanté de la cama y descalzo caminé hasta la cocina. Abrí la nevera y bebí directamente de la botella de leche. Encendí un cigarro y me senté en el sofá, mirándola mientras dormía. Sólo sus suaves ronquidos rompían el silencio; unos silbidos que me parecieron muy simpáticos porque a la vez hinchaban y deshinchaban su vientre. Sonreí y en ese momento quise dibujar su cuerpo, ligeramente tapado por una fina sábana de algodón. Busqué con la mirada un lápiz o un bolígrafo. Sobre una mesita junto al teléfono había un antiguo listín telefónico que me serviría para dibujar. Cuando me quise levantar a por el rotulador que estaba junto al ordenador y para estrujar la colilla del cigarro en el cenicero sentí una extraña flojera en las piernas y en los brazos, como si mi cuerpo fuera de trapo y no atendiera a mi voluntad de movimientos. Quise gritar su nombre para despertarla pero el aire quedó atrapado en mi garganta. Me ahogaba y sólo sentía un febril deseo de buscar una bocanada de aire. Por mi espalda resbalaban gordas gotas de sudor y un helado escalofrío me dejó inmóvil, como si un ejército de hormigas gigantes ascendiera por mi columna e intentaran arrancarme la cabeza del cuerpo. Como pude, a rastras, conseguí alcanzar la pata de la cama en la que ella seguía profundamente dormida. Intenté incorporarme agarrando con todos mis fuerzas la sábana que tapaba su cuerpo pero me volví a desplomar. Boca arriba me asfixiaba, como si me aplastara la enorme pata de un elefante, pero no podía moverme y mi corazón se volvió un viejo motor diesel. Volví a gritar su nombre pero ni siquiera yo podía escucharme. Cerré los ojos y decidí rendirme. Dejé de buscar aire desesperadamente y esperé pacientemente a que los rayos del sol consiguieran despertarla, y que yo siguiera con vida.
Me despertó con un beso en cada párpado y una taza de café que pasó por delante de mi nariz. Descorrió las cortinas para que el sol iluminara el salón y me cegara. Sorbí el café a la vez que me incorporaba. Metí el dedo corazón en el charco de saliva que dejé a los pies de la cama. Escruté toda la casa como si la viera por primera vez en mi vida, como si me encontrara perdido en medio de una ciudad desconocida y la gente pasara junto a mí al encuentro con su rutina. Ella volvió del baño, desvistió la cama y golpeó con fuerza repetidas veces el colchón. No dije una sola palabra. Apuré el café, dejé la taza sobre la mesita del teléfono y entre las líneas del listín telefónico su cuerpo desnudo a medio dibujar.
R.M.V.
4 comentarios:
Aqui todo el mundo es muy enigmático...
¡Hay que ser como el Vaticano...A saco limpio y clarito...!
¡Muy bueno Raúl....!
Bestial Raúl…Me ha encantado. Pero dime que el desplome no es por el tabaco, sino por ver el desnudo de la chica…………….porfa.
muy bueno raúl, me ha gustado muucho.
Me gusta como cuentas las cosas, ese estilo tuyo es muy bueno.
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