domingo, 22 de abril de 2012

Qué buenos son los del banco. Claudio Ramírez.

12 de julio de 2003.




—Pues con estas firmitas ya hemos terminado. La casa es suya.

—Gracias don Fulgencio. Ha sido usted muy amable.

Tras saludar al notario y al representante del Banco Jones, don Fulgencio, el afortunado matrimonio salió a la calle y pudo respirar con tranquilidad.

— ¡Ay Antonio!, que yo sigo diciendo que una hipoteca a treinta y cinco años, son muchos años.

—Desde luego María, que tú siempre ves todo por la parte negativa.

—Además que son casi 800 euros al mes, que con nuestros sueldos apenas nos queda dinero para los gastos.

—Y dale. Conforme pasan los años, nos irán aumentando el sueldo. Si ya lo dice mi amigo Mariano. ¿Quién ha visto que los sueldos bajen en lugar de subir? En cuatro o cinco años estaremos cobrando bien y podremos pagar la hipoteca con tranquilidad.

—Pues yo sigo sin entender eso de interés variable y toda esa jerga financiera.

—Que eres una negativa María. Que ya oíste a don Fulgencio, que no hay ningún problema, que hipotecas como esta se firman a cientos todos los días.



17 de marzo de 2012.



—Mire usted don Fulgencio. Que mi mujer está en el paro, y yo apenas tengo con mi sueldo para comer. Que con tanto recorte y tanta subida del IRPF con mi nómina no llegamos a fin de mes. Y yo quería ver si el banco podría aplazar los pagos de la hipoteca hasta que la cosa mejore. Que dicen los políticos que ya ven los brotes verdes y que antes de fin de año salimos del pozo.

—Verá usted, Antonio, el caso es que deben ustedes cuatro meses de hipoteca. Y el banco no puede permitir que se vayan dejando recibos sin cobrar. Los recibos ya vienen con recargo y si en el plazo de tres meses no abonan los atrasos, me veré en la desagradable tesitura de acudir al juzgado para proceder al desahucio.

—No nos haga eso don Fulgencio. Que usted tiene cara de buena persona. Hemos puesto en esa casa todos nuestros ahorros. No hace ni un año que cambiamos la cocina y el baño. Y a donde vamos a ir nosotros a nuestra edad, esa casa es toda nuestra vida.

—No me venga con excusas y con llantos, Antonio, que nos conocemos. Usted no sabe el favor que le hicimos cuando le concedimos la hipoteca en las condiciones que estaban ustedes dos, con nóminas de risa. En lugar de estar agradecido, ahora viene con reproches. Lo que tiene que hacer es que su esposa se ponga a trabajar, o busque otro trabajo mejor, que con tanto gandul en el paro, el país no terminará nunca de salir para delante. Dese por enterado, tiene tres meses para ponerse al día con el pago de los recibos.



10 de abril de 2012.



—Don Fulgencio, el señor Director General le espera en su despacho.

(El competente director entró muy alegre en su despacho. Seguro que el Director General quería felicitarle por su labor y dedicación, seguro que le ofrecía un ascenso).

—Siéntese Fulgencio.

—Gracias señor Director General.

—Como usted bien sabrá, porque ha salido en la prensa y se ha enterado todo el mundo. El Presidente y parte del Consejo de Administración del Banco Jones, se han fugado al extranjero con unos dineros. El caso es que para evitar la bancarrota, nos hemos visto obligados a fusionarnos con Caja Choriza. Esta nueva entidad, quiere realizar algunos ajustes de personal. Cosillas de poca importancia. Tome esta carta.

(don Fulgencio lee)

—Esto…No entiendo.

—La nueva dirección ha decidido prescindir de usted. Eso sí, le agradece los años de servicio prestados a esta entidad.

—Pero…(don Fulgencio se echa a llorar)

—Vamos, hombre. No se ponga tan sentimental. Ya sé que lleva más de cuarenta años en este banco, pero la vida es así. Además, que tiene derecho a una pequeña indemnización de acuerdo a la legislación actual. Esa que ha reformado nuestro Presidente de Gobierno mostrando un gran criterio empresarial y una gran sensibilidad con el populacho.

(don Fulgencio se cabrea)

—¿Usted se cree que yo me voy a ir así como así de esta empresa? No hay derecho. He hecho mucho por esta entidad, he engañado a muchos clientes con el único objetivo de aumentar las ganancias del banco. ¿Y ustedes me van a echar después de tantos años?

—Tampoco se queje, que bien que se metía las comisiones en el bolsillo. Además no se cabree, que eso es malo para el corazón.

—¿Malo para el corazón? Será cabrón. Que me aconsejó que metiera todos mis ahorros en acciones de este puto banco. Y ahora se ha ido a la quiebra por culpa de los chorizos del Consejo de Administración.

—Bueno, hombre. Que eso fue un pequeño error de cálculo. Yo lo que quería decirle, es que invirtiera en acciones de Caja Choriza. Que desde que se sabe que se va a quedar con nuestro banco, sus acciones se han quintuplicado.

(don Fulgencio no aguanta más y se lanza a por el Director General)

—Encima se cachondea. ¡Yo lo mato!

—¡Seguridad! ¡Seguridad!

(Entra un guardia de seguridad)

—¿Qué coño pasa aquí?

(don Fulgencio lo observa extrañado)

—Antonio, ¿qué hace usted vestido de uniforme en el banco?

—Hombre don Fulgencio. Al final le hice caso a usted y hemos buscado trabajo. Yo encontré este de vigilante de seguridad en el banco. Y mi mujer le ha alquilado una esquina del barrio chino a la mafia rumana, y se saca un dinerillo. Ahora tenemos para pagar la hipoteca, pero solo comemos arroz y bebemos agua de lluvia.

(habla el Director General)

—Antonio, haga el favor de acompañar a Fulgencio a la calle.

(habla Antonio, mostrando una sonrisa)

—A ver Fulgencio. Haga el favor de salir por las buenas.

—¡Yo no me voy sin que me de explicaciones de por qué me echan¡

(habla Antonio levantando la porra)

—Pues si no va por las buenas, va por las malas. Toma y toma.

—En la cabeza noooo. Con la porra en la cabeza nooo. ¡Ay! ¡Ay! ¡abusadores!

—Pedazo de cabrón. Tú sí que abusabas cuando te sentabas detrás de esta mesa. Toma y toma.

FIN.