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El fin de semana pasado, revisando las nominaciones de este año a los premios de
Al Pacino, en otra soberbia actuación y caracterización, se pone en la longeva piel del Dr. Jack Kevorkian, bautizado por los medios en los años 90 como el Dr. Muerte, por sus controvertidas prácticas de suicidio asistido con enfermos desahuciados. La película presenta su enfermiza tenacidad en la defensa de la libre elección del enfermo a dejar de vivir; las más de 130 eutanasias, su paso por la cárcel, su huelga de hambre de 19 días por lo que el consideraba un ultraje a sus derechos, la especial relación con su hermana y con la activista Janet Good (Susan Sarandon) y con su especie de “Sancho Panza”, Neil, un John Goodman enorme que parece deber a
Es una película magnífica, en las que se mezclan añejas imágenes del Dr Kevorkian mientras entrevistaba a sus pacientes, para dejar testimonio, antes de que estos muriesen, y es una película fascinante, porque ahonda en el personaje: anciano, sin licencia para ejercer la medicina, pintor de horribles lienzos que tenían como tema central la muerte y amante de la música de Bach. Un viejo encorvado con sus particulares manías y al que ayudar a otros a morir, le dio una razón para pelear y vivir.
Aunque es un tema trillado, de difícil consenso e incómodo, la película consigue que, nuevamente, uno vuelva a posicionarse.