viernes, 1 de febrero de 2013

Una carta de amor desesperada.

Estimada Amor43bigboobs:

He leído atentamente su carta y debo decir que me ha conmovido el torrente de sentimientos que ha desplegado. Y me ha gustado que haya abierto su corazón a un desconocido como yo. Alguien a quien el amor también le ha sido esquivo.



Le entiendo perfectamente. El amor a veces nos juega malas pasadas. A mí me sucedió algo muy parecido.


Mi amor se llamaba Tania Maliknova. Era (o es, pues no he vuelto a saber de ella) de Moscú. Nos conocimos en una página web de sexo con mascotas (1). Congeniamos desde el primer momento, teníamos gustos comunes y las mismas inquietudes en la vida. Ella era muy guapa, tenía 32 años, rubia platino y de 1'75 de estatura. Era profesora de Filosofía en la Universidad de Moscú por el día, y por la tarde-noche se sacaba un dinerillo extra trabajando como relaciones públicas de un restaurante en un área de descanso de la autopista Moscú-San Petersburgo. Los profesores cobran muy poco en estos países tercermundistas. Vivía con una sobrina suya (Irina), hija de una hermana que se había dado a la droga y al alcohol y a quien Tania cuidaba como su propia hija, y que por cierto se le parecía mucho. También cuidaba de su anciana madre que a duras penas sobrevivía con una pensión del ejército de cuando había sido cantinera en un submarino del Ejército Rojo.

Desde el principio nos intercambiamos cartas de amor, donde nos contábamos nuestras fantasías. Soñábamos con estar juntos y poder cumplirlas algún día. Dormir juntos en una playa a la luz de la luna, abrazarnos entre las olas del mar besándonos los labios con sabor a sal. Metérsela hasta el fondo en algún hotelucho de carretera. Todo era muy romántico, intenso, pero muy lejano. Pues la distancia siempre fue un obstáculo que tuvimos que soportar. A pesar de nuestros encuentros fugaces al amparo de las webcam, donde le enseñaba mi cuerpo (aunque ella siempre tenía la cam rota). Aún así me mandaba fotos de su cuerpo desnudo, en diferentes posturas, con diferente ropa, diferente color de pelo y distintas tallas...



Pero un buen día, ella se animó a hacerme una visita. Gastó todos sus ahorros en comprar un billete para España. Incluso tuvo que pedir dinero prestado a su anciana madre, que no dudó en adelantarle su pensión del ejército. Y tuvo que romper la hucha con los ahorros de la pobre Irina. Pero finalmente pudo comprar el billete.

La tragedia sin embargo planeaba sobre nuestro idilio. El día de su llegada estuve varias horas esperando por ella en el aeropuerto. A pesar de que me informaron que ese día no había vuelo procedente de Moscú, ni al día siguiente. Pero yo volví al día siguiente, y al otro. Al tercero ya no. Una semana después recibí un correo suyo que me decía que en el Aeropuerto había sido interceptada por la policía que le había incautado dos kilos de heroína en su equipaje. Ella defendía su inocencia, y yo la creía, decía que la mafia rusa le había tendido una trampa y le había escondido la droga en su maleta. Pero necesitaba un buen abogado, porque la corrupción policial y judicial en Rusia es muy preocupante. El problema era que había gastado todos sus ahorros en el viaje, incluso la pensión de su pobre madre, y los ahorros de la pequeña Irina. Me pedía que le enviara 15.000 euros para cubrir su fianza y la minuta de un buen abogado. Me lo pedía con todo el amor que podía sentir una mujer por un hombre.



Yo no me lo pensé dos veces y acudí al banco. Hablé con amigos y familia, que intentaron convencerme de que Tania era una cazahombres y que solo estaba por mi dinero. Pero yo les contestaba que la quería, que estaba perdidamente enamorado de ella. Finalmente fui reuniendo el dinero poco a poco, pero había pasado demasiado tiempo y no contestaba a mis correos. Supuse que no tenía wifi en la carcel donde la habían encerrado. Esperé varias semanas en vano. Y mi amor se fue enfriando. Comencé a intimar con las camareras de un bar de carretera a donde mis amigos me habían llevado para llorar mis penas. Y fui recapacitando sobre mi relación con Tania. Al cabo de un par de meses ya pensaba que se había enamorado de alguno de sus carceleros y que no quería saber nada de mí. Yo también me cuestioné mi amor por ella, en el fondo sabía que lo nuestro no tenía futuro, la distancia y la barrera cultural era muy grande (aunque ella hablaba un perfecto español porque en sus días de estudiante había hecho el Erasmus en Cuba). Además, sinceramente yo solo la quería para follarla. No es que estuviera enamorado del todo. Más bien podría considerarse un encoñamiento. Sus fotos eran bastante explicitas, pero no eran suficiente para sustentar un amor verdadero. Además ya daba por perdida la droga que había pagado por adelantado a la mafia rusa.

Nunca más supe de Tania, ni de Irina, ni de su madre ex-marine. Con el tiempo la fui olvidando, aunque debo reconocer que me costó mucho más de lo que yo llegué nunca a imaginar. También me olvidé de las camareras de aquel bar de carretera. Mucho papito y mucho mi amol, pero cuando no llevaba dinero encima pasaban de mí como de la mierda.

Así que yo también ando en esas redes sociales, a la búsqueda de algún amor que ande perdido como yo. Que suspire por un abrazo bajo la sombra de los robles del parque, por un beso furtivo en la última fila de un cine de verano, por un buen polvo en el asiento de atrás de mi Audi TT, (¿he mencionado antes que tengo un Audi TT?).



Suyo afectuoso.

RomeoCapuleto51.


(1) Sexo con mascotas  Pongo la Url de la página, porque sé que hay mucho obseso sexual por aquí.