martes, 23 de abril de 2013

23 de abril. Día del Libro.

"Las novelas son vidas que no vivimos". 




Esta semana pasada he estado hablando de la fantástica novela de Javier Marías "Los enamoramientos", y mientras comía viendo el telediario desfilaron los caretos de Rajoy, Cospedal, Obama, un juez homòfobo, Zapatero, Maduro, Napolitano, Mourinho...y entonces recordé esta parte de dicha historia que aprovecho un día como hoy para recomendar su lectura.






Es una novela sobre el ser humano, una radiografía certera, inteligente, fría y contada por la prosa
de alta literatura de Javier Marías; páginas repletas de descripciones de la mezquindad del ser humano, el mismo ser que ama con locura y odia, de su historia como ser que amó y olvida. Es una historia fascinante que recuerda a las pasiones de Shakespeare, a los secretos que las familias ocultan,  las muertes a veces necesarias aunque no deseadas, el sentido de esa muerte "a partir de ahora", que contaba el genio inglés, como en Corazón tan blanco, esos secretos se ocultan para no herir pero laceran el alma cuando son revelados con el tiempo.
Recomiendo Los Enamoramientos, hoy, día del libro,  y para releerla toda una vida para "aprendernos".

domingo, 21 de abril de 2013

Mini de gatos y perros





“¿Dónde está el perro?”, preguntó el gato después de incorporarse tras el viaje, a dentelladas, que le hizo emprender el perro por encima de la mesa y tras quedar despatarrado en la esquina del salón. Desentumeció sus músculos doblando el lomo y estirando las patas delanteras. Sacudió la cabeza como si estuviera mareado, aturdido o desubicado. Tenía los bigotes destensados, como una cuerda rota de guitarra inservible. Terminó por arrancarse un maltrecho colmillo que le colgaba de un fino hilo de encía y se lamió la cavidad con gesto amargo, pero siguió sondeando con la lengua cualquier resto de sangre que pudiera esconderse en el hocico. De la cavidad donde había estado anclado por años el viejo colmillo brotaba abundante sangre; escupió un pequeño coágulo y avanzó, parsimonioso, hacia el pasillo. Intenté cortarle el paso inútilmente y disuadirlo de que fuera en busca del perro, al que vi correr escaleras abajo con la intensión, vacua, de no regresar hasta que el gato hubiera muerto, porque él sabía que ya no podría volver a tirarse relajado y despreocupado en el pasillo, enroscarse en el sofá  o dormir la siesta en el balcón en verano, pero el gato, elevando de modo regio y desafiante la cola y las orejas, zigzagueó entre mis piernas en un silencio mortal. Cuando alcanzó la puerta entornada giró la cabeza muy despacio, como si se estuvieran plegando maltrechas bisagras y dejó en el aire, vocalizando de forma nítida y amenazadora: “En peores refriegas me he visto”, y me guiñóel ojo.