sábado, 27 de marzo de 2010

¿De qué coño van estos tíos?

El día 31 de octubre de 1536, un individuo armado con un martillo, se acercó a la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg. Desplegó un papel y lo clavó en la puerta, eran las 95 tesis contra las indulgencias y la avaricia de la Iglesia Católica, Martín Lutero había iniciado el camino de la Reforma. Teólogo y humanista, Lutero había comprendido que la promulgación de indulgencias por el papado se salía de las enseñanzas recogidas en la escritura y era una exteriorización de la profunda degradación en la que había caído la Iglesia, más preocupada por los dineros y la comodidad terrenal, que en la piedad y la religiosidad. Con el tiempo, Lutero llegó incluso a dudar de la infalibilidad del papa y de varios dogmas establecidos en la Fe como por ejemplo el de la Inmaculada Concepción.


En pleno siglo XXI, nos encontramos con que la institución de la Iglesia Católica sigue anclada en el siglo XVI y cada vez retrocede más. No termina de encontrar su lugar en la sociedad y solo fanáticos incondicionales de dudosa catadura moral como los Legionarios de Cristo, Opusdeistas y los famosos Kikos son capaces de elevar la voz en defensa de una institución que se encuentra perdida entre sus ínfulas de representantes de Dios en la tierra y moderadores éticos de la sociedad.

En los años 70-80 del siglo pasado se desarrolló en Sudamérica un movimiento teológico que a la postre sería conocido como la Teología de la Liberación. Sus precursores, al igual que había hecho Lutero 400 años antes, criticaban duramente el posicionamiento político de la Iglesia en América Latina, alineados al lado del poder represor y dictatorial de los regímenes que en ese tiempo campaban a sus anchas por la zona. Básicamente, estos sacerdotes venían a plantear que el lugar de la Iglesia estaba con los pobres, con los reprimidos. Y no con los poderosos, alimentando su vanidad a la sombra de los dictadores y justificando y jaleando sus actos. Esto no era nuevo, ya en los 50 los obispos españoles paseaban al dictador Franco bajo palio. Pronto, estos sacerdotes fueron tachados de comunistas y se convirtieron en objetivos de la guerra sucia que los gobiernos dictatoriales emprendieron contra su propio pueblo. Hace poco se cumplieron 20 años del asesinato de los Jesuítas Ignacio Ellacuría, Segundo Montes e Ignacio Martín-Baró (para no dejar testigos también fueron asesinadas Julia Elba que trabajaba en la Universidad y su hija de quince años Celia Ramos), en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Y supongo que todos recordamos el desgraciado caso de Monseñor Romero. Elevado por Pablo VI a Arzobispo de El Salvador por su docilidad como candidato conservador, resultó que Oscar Romero se congració con el pueblo y comienza a predicar en defensa de los derechos de los pobres del país y la feroz represión de los militares. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado mientras oficiaba misa. Juan Pablo II miró a otro lado cuando fue propuesto para elevarlo a santo mártir, estaba demasiado ocupado en canonizar a Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei.


Lo que no consiguió la terrible represión militar lo consiguió el papa Juan Pablo II con unas cuantas excomuniones y un par de encíclicas: Libertatis Nuntius de 1984 y Libertatis Conscientia de 1986 que en la práctica declaraba la Teología de la Liberación como una herejía. Para ello empleó el arma más eficaz que ha inventado la Iglesia para reprimir y extirpar de su seno el mínimo síntoma de autocrítica que ponga en peligro el estatus de privilegio de la Iglesia: la Inquisición, hoy en día llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, que casualmente en aquella época la dirigía con mano férrea un tal Cardenal Ratzinguer (hoy día más conocido como Benedicto XVI).

Hoy día Benedicto XVI sigue controlando con mano férrea todo lo que se cuece en la Iglesia, colocando a sus afines en lugares estratégicos (como a Rouco Varela en España). Mientras, la institución se empeña en regodearse en el barro de su propia inmundicia, defendiendo a ultranza a todos esos curas pederastas y violadores capa y espada.

A la Iglesia Católica le salen pederastas hasta de debajo de los altares, las denuncias y los escándalos son diarios conforme las víctimas van perdiendo el miedo. Un miedo que es indicador del poder que aún mantienen los curas en sus comunidades, y del poder de encubrimiento que tienen sus superiores para esconder sus miserables delitos y no hacer nada para evitarlos. La última ocurrencia de Ratzinger ha sido “condenar el pecado y perdonar a los pecadores”, obviando una vez más a las víctimas de los abusos. ¡Con dos cojones!, un par de rezos y aquí no ha pasado nada. La Conferencia Episcopal Española, saca a la calle a miles de energúmenos que lanzan consignas contra el aborto (no abortes, sí a la vida, deja que crezcan y se conviertan en víctimas de los curas pederastas), jaleados por orondos obispos amantes de la vida. Amenazan con excomulgar a las señoras que aborten, a los diputados que aprobaron la modificación de la Ley del Aborto en el Congreso (al Rey que con su firma sanciona la Ley no, que aún hay clases) y los muy impresentables excusan, justifican, perdonan, ocultan y encubren a los curas violadores. ¿CÓMO PUEDE SER ESTO? ¿A qué nivel de degradación moral ha llegado la Iglesia?

La sociedad ya ha aguantado bastante estas fechorías y cada vez son más los que alzan sus voces pidiendo justicia y muchos más los que reniegan de esta organización de estructura mafiosa. Pero creo que a todas estas, ya va siendo hora de que surja un nuevo Lutero, que tenga la valentía de colgar a las puertas del Vaticano las tesis contra la corrupción y la depravación que campa a sus anchas en el interior de la Iglesia. Que se monte una nueva Reforma que mande a su casa al Benedicto XVI y a toda la caterva de impresentables que barren el suelo a su paso; que monte un Cisma como Dios manda. Si esto fuera así, incluso mi conciencia atea llegaría a considerar que de la Iglesia puede salir algo bueno.


domingo, 21 de marzo de 2010

El Pozo de Las Brujas


El sábado 20 de marzo una amiga aruquense me envió el siguiente e-mail.

<< Hola :
Hoy bajé al mercadilla y de vuelta para casa, sobre las once y media, en la plaza había una concentración de personas. Me acerqué entre la gente y ví expuestas una serie de cajitas de difuntos rodeadas de la bandera republicana. Era un acto tan emotivo, cuando los introducían en los coches fúnebres (tres), sólo se oían los aplausos de los presentes. Claro, en el momento supuse que eran los asesinados en el pozo y por la gente presente indudable: Sergio Millares, Pino Sosa, Manolo Lobos, alcalde, concejales...; un grupo de personas enarbolando la bandera republicana y el resto en pie y en silencio. Acompañé al cortejo lo que es la calle León y Castillo; después seguí para mi casa por la calle de siempre y ellos bajaron por la calle de la tienda de Pepe el árabe hacia el cementerio, pues los enterraban a las doce. Qué acto tan emotivo y tan justo. Con este tipo de hechos me reconcilio con nuestra especie y resucita mi fe en el ser humano al comprobar que es capaz de asumir sus errores y de no volverlos a cometer, supongo. Puede que sea una ilusión, pero me emocioné.>>

Ojeando la prensa encontré lo que mi amiga me comentaba.

Varios centenares de personas despiden a 24 demócratas del Pozo de las Brujas

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=161780

En el foro de este periódico aparecen comentarios diversos sobre el acto y las víctimas de la guerra. En cualquier guerra siempre se cometen barbaridades por los dos bandos, y no podemos decir que en la Guerra Civil española los de un bando eran los buenos y los otros eran los malos…Pero no olvidemos que los franquistas, los ganadores de la contienda, dieron un golpe de estado en contra de un gobierno democrático establecido..Y luego una vez instaurada la dictadura se cometieron muchos asesinatos…

Ahora se trata de enterrar a los muertos que no se pudo hacer durante los cuarenta años de franquismo más unos treinta de democracia.

A ninguna parte

Inapetencias
por este temor continuo que va ahogándome,
de este vencido invierno
y de sus horas contándome al oído lo poco que me queda.
Los paseos a ninguna parte
de estos días oscuros
me llenan de tristeza, aún más sin tu piel
donde otras historias se abren paso
en otros mundos distintos pero iguales
por los que me dejo atrapar...
Soñando mentiras,
soñando ideales,
soñando momentos...
Y me aferro a lo poco que queda de mí, lo poco que me queda
dolido por consumir el tiempo, por estrujarlo
desecho por las horas escritas en la nada y en la ausencia,
perdido en mi vida malgastada en deseos de otros
que tuvieron siempre la promesa de un mañana
que nunca llegó, ni busqué.


Satori. Marzo 2010