domingo, 7 de octubre de 2012

La historia continúa



No sé cómo demonios había llegado a aquella situación, me encontraba al borde del acantilado de un mar embravecido. Desnudo,  con toda la ropa a la altura de los tobillos y con mis manos tapando mi entrepierna. Temblaba, y todo porque aquella rubia que parecía una gata enfurecida, me gritaba que saltara al mar, a la vez que me apuntaba con la escopeta que tenía apoyada en el hombro y ceñida a la mejilla tenía la sensación de ser observados por alguien.

Cabalgando una silla de ruedas se encontraba hacía tiempo alejado del mundo, no solo aislado  física y  psicológicamente, sino últimamente también  emocionalmente, porque cualquier atisbo de amistad se había alejado de él. Ahora solo se dedicaba a mirar por la ventana con su catalejo. De repente se preguntaba qué pasaba en el acantilado entre aquellas dos personas. Descorrió completamente las cortinas, acomodó ambos codos sobre el alfeizar de la ventana y todo a su alrededor dejó de tener importancia. Intentaba dar respuestas a sus preguntas a la vez que se esforzaba por no perderse ningún movimiento de la pareja que gesticulaba exageradamente a mucha distancia. Resolvió que ella era la amante despechada que se hartó de promesas de una vida en pareja que jamás llegaría. También vaciló con la idea de un adulterio: la humillada esposa que presa de la histeria tras sorprender a su amiga Piluca cabalgando sobre su marido, empuña una escopeta de caza y encañona al marido adúltero hasta el borde del precipicio. El hombre se arrodillaba y suplicaba clemencia a los pies de la mujer que, aun con manos trémulas, parecía decidida a apretar el gatillo y volarle la cabeza al marido desnudo. El catalejo empezaba a ser un incordio, así que lo dejó sobre la cama repleta de bosquejos de dibujos a carboncillo y agudizó la vista. El hombre intentaba incorporarse y la mujer parecía bajar el arma cuando otro hombre con el torso desnudo agitaba los brazos y corría hacía el acantilado. La mujer por un momento pareció que recobró la calma y bajó el arma, el hombre viendo por un momento que recuperaba la vida no paraba de gemir y posiblemente de decirle lo mucho que la quería, mientras el otro hombre del torso desnudo ya casi estaba a la altura de aquella escena sacada de una película y fue entonces cuando el chico del torso desnudo estuvo a menos de tres metros de distancia cuando la mujer levantó de nuevo el arma y descargó uno de los cartuchos de la escopeta de caza justo en el pecho de aquel pobre desgraciado que lo hizo volar hacía atrás casi dos metros con el pecho reventado, el estruendo resonó por encima del romper de las olas que se quedaron mudas, el hombre que antes gemia y suplicaba por su vida era casi incapaz de mantener los ojos dentro de sus órbitas mientras miraba el cadaver y parecia balbucear algo, la mujer, impasible, miraba hacía el cuerpo como si mirase fruta en el mercado y sin decir palabra giró el arma hacia el hombre arrodillado y descargó el cartucho que quedaba de la escopeta de dos cañones de caza que portaba en el cuerpo de aquel hombre que tras el impacto salio disparado hacía atrás volando hacia las olas que lo engulleron si pena ni piedad, tras esto, la mujer dejo a un lado la escopeta y se sentó mirando hacia el horizonte.

 Escuché un estruendo y todo se volvió negro. Sentía la metralla en mi pecho, y un ardiente picor me estremecía todo el cuerpo. Luchaba por abrir los ojos, porque allí estaba ella, sentada, con su preciosa melena salpicada de sangre y los tacones embarrados. Yo quería gritarle: "Maldita puta, qué cojones has hecho", pero me era imposible articular palabra. Tenía la boca seca, y por momentos sentía como me moría poco a poco; que la vida abandonaba mi cuerpo. Intentaba moverme. Levantar uno de los brazos para incorporarme, pero era en vano.Yo quería moverme, me veía capaz de mover mis miembros, incorporarme y lanzarme sobre la mujer que acababa de dispararme a quemarropa, pero mi cuerpo era un viejo trasto que había dejado de funcionar.

 Sus manos empezaron de repente a temblar, mientras su cabeza con una frialdad pasmosa intentaba asimilar todo lo sucedido. Lo primero que recordó fue como “Highway to hell” no dejaba de sonar en su móvil, pero estaba atendiendo a un cliente y no lo podía coger. Cuando por fin pudo agarrar el móvil una voz femenina le dijo: Regresa a tu casa. Lo segundo que se plasmó en su mente fue ver a su pareja Alex gimiendo de placer junto a otro chico, del que apenas pudo distinguir unos marcados bíceps. Su cabeza giro instintivamente hacía Alex y  pudo ver el rostro inerte pero hermoso de aquel que había sido su hombre. A continuación en movimientos robóticos se dirigió hacía él y a empujones lo fue acercando hacía el acantilado y finalmente en un escorzo final, lo lanzó sin más, ni siquiera oyó el último susurro de él. Luego fue a por el arma del dolor, tenía claro que a lo hecho pecho y no podía dejar huellas. La cogió, limpiándola como pudo y la arrojó con fuerza, observando como la escopeta a modo de un saltador de trampolín hacía un tirabuzón perfecto y se zambullía de manera erecta sin levantar burbujas. Por un segundo pensó en superar aquel salto perfecto.