domingo, 31 de mayo de 2009

Cuando éramos gañanes


El fin de semana pasado revisé una grabación casera en VHS de hace muchos años. Unos quince o así. Era una filmación que si se hubiera presentado a la sección oficial del festival de Sundance o en el espacio indie de Cannes, pasaría por un experimento “Dogma” danés (el memorándum de Lars Von Trier para volver a los orígenes del cine): movimientos nerviosos, casi espasmódicos, de cámara, sonido no del todo nítido, actores amateurs y súbitos cortes en mitad del video. Gustavo presumía de una larga melena que se recogía en una coleta con una gomilla; gozaba de buena salud de mandíbulas a juzgar por su figura y se reía en todo momento con una risa cantarina que remataba con una aspiración que a día de hoy conserva. Ángel usaba gafas de esas con los cristales tan grandes como el parabrisas de una Utinsa. Estaba bastante fibroso- como un joven Bruce Lee-, con una tableta de chocolate por vientre que evidenciaba los dos mil o dos mil quinientos abdominales de su tabla diaria. Fabio, el que menos ha cambiado con el paso de los años- nuestro Fausto- se había cortado recientemente el pelo al cepillo y vestía una camisa de cuadros, con vaqueros y Panama Jack, que me atrevo a decir que se las vi puesta el viernes pasado. Yo estaba gordo. Muy gordo. Mi perfil no se comprendía con mi “diecitanta” edad; y la voz con la que me explicaba entonces me resulta insoportable; como de Gallo Claudio (¡digo perro, digo gato, digo peeerro!). Hablábamos mucho de sexo; de follar, quiero decir. Atreverme a catalogar como sexo nuestras bravuconadas de piratas es demasiado atrevido y genérico. Eran tiempos en los que recuerdo que Ángel empezaba a cargar con la guitarra de un lado para otro y a sacarle dignamente los primeros acordes. Gustavo, recién empezaba a estudiar en la Facultad de Informática, pensaba que podría crear un programa cojonudo sin la tiranía de Microsoft; sigue adelante con su concienzuda misión, pero apegado a la realidad. Fabio es ingeniero. No le faltan ideales, pero el soñado proyecto juvenil de pasar un tiempo en Tinduf ayudando a construir pozos es ahora una realidad de oposiciones, planos de naves industriales y trabajos para empresas instaladoras. Yo tenía ínfulas de escritor de culto. Leía entonces a Bukowski con enfermiza pasión, y siempre llevaba en la mochila cualquier libro de los jacosos de la generación beat. Escribía relatos de mis más tórridos sueños eróticos que, leídos con distancia, parecían cortapegas de “Mujeres” y “El almuerzo desnudo”, además de muy malos y ridículos.
A los quince años-ayudado por la presión paterna- tenía medio claro lo que quería y quién ser de mayor. Con veintitantos me provocaba ansiedad el verme tan perdido y con el norte poco claro. Ahora, con treintaitantos ni sé qué quiero ser, ni quién quiero ser. Me conformo con ser; conservar a estos tres amigos y reírnos de los que fuimos.
Cantaba Jim Morrison, “Queremos el mundo y lo queremos ahora”. Nosotros lo quisimos, y ahora lo miramos con recelo.

1 comentario:

Modesto González dijo...

!Qué epoca aquella¡ Tan distinta, tan distante. Recuerdo el pasado como si flotara en una nube. La época donde con un radio-cassette (que me regaló el viejo) mi primo Ulises y otros amigos escuchábamos a Europe y Bon Jovi. Luego rodábamos sobre ruedas con nuestros monopatines haciendo piruetas en el parque San Juán o por las calles de Arucas. O la época donde jugábamos en el parque del Colegio Público de Arucas (antes generalísimo) con una pelota de tenis durante horas. O en la Salle lanzado la pelota a la canasta o metiendo goles con un balón de fútbol-sala. Todos tenemos nuestros momentos...
a ver si cuento alguna anécdota un día de estos.