miércoles, 15 de julio de 2009

El caso del libro abierto con hojas secas.



—La había prevenido sobre el libro. Ahora era demasiado tarde.


El inspector oyó estas palabras al pasar por delante de una habitación custiodiada por dos policías, en el interior le pareció ver a un hombre llorando con las manos en la cabeza mientras otro policía de espaldas le hacía preguntas. El esposo de la fallecida tal vez. Siguió hasta la habitación del fondo, con otro policía ante la puerta y donde debía hallarse el dormitorio. El agente le flanqueó el paso haciendose a un lado y el veterano inspector entró en la habitación seguido por otro policía y por el forense. Depositaron sus maletines en el suelo y los abrieron colocando ordenadamente el material necesario. El inspector y el forense se pusieron los guantes de latex mientras que el otro policía preparaba la cámara digital y comenzaba a hacer fotos del cadáver y de la estancia. Mientras tanto fue depositando en una bolsa de plastico la hojarasca que había sobre el libro y tras sellarla la metió en el maletín. Luego hizo lo mismo con el libro. A continuación retiró con cuidado la sábana y despues de doblarla cuidadosamente la metió en otra bolsa que sellaron. Le tocó el turno al forense que comenzó a examinar el cadáver.

—No hay ningún rastro de violencia en el cuerpo. No hay moratones, cortes ni rozaduras. El cuello está intacto, el cuero cabelludo también, no hay restos en sus uñas. Por la postura en que quedó sobre la cama yo diría que la muerte le sobrevino sin muchos sobresaltos.

El inspector asintió, recogió la almohada bajo la cabeza de la chica y la examinó con cuidado.

—Nada.

El forense se acercó a la puerta y dio voces al pasillo. Al instante entraron dos operarios del anatómico forense con una camilla, introdujeron a la chica dentro de una bolsa negra y la bajaron hasta el furgón que les esperaba en la puerta. El forense le dió un apretón de manos al inspector y se despidió.

—Mañana le haré la autopsia, si hay algo extraño te mantendré informado.

—Muchas gracias. Nosotros tomaremos algunas huellas más y regresaremos al laboratorio.

El polícía siguió tomando fotos de la habitación, mientras el inspector recogía con unas pinzas pelos y fibras del suelo y de la cama. El Agente que custodiaba la puerta volvió a hacerse a un lado y otro policía entró en el dormitorio.

—Buenas tardes Tomás. ¿Cómo va la cosa?
—¡Ah!. Hola Andrés. —Se incorporó del suelo y le tendió la mano enguantada en latex al recién llegado—. Ya te vi interrogando al testigo, ¿Te ha tocado?
—Ya sabes que todos los casos extraños terminan en mis manos. ¡Cuéntame!, ¿Qué tenemos aquí?
—Más bien poco, —respondió el inspector—, no hay señales de violencia y a falta de los resultados de la autopsia todo parece indicar que se trata de una muerte natural. Aún así he tomado muestras del suelo y de la cama, las analizaré esta tarde y si hay algo extraño te llamaré mañana. ¿Qué dice el testigo?
— Su esposo, nada concreto. Dice que llegó a mediodía y le extrañó ver que las luces del dormitorio aún estaban encendidas. Subió y se la encontró sobre la cama, al tocarla la notó fría y temiendo lo peor llamó al teléfono de emergencias. Luego dice no se qué del libro.
—Debe referirse a este de aquí, —respondió el inspector recogiendo la bolsa sellada con el libro—. ¿Le echamos un vistazo?
—Venga. —Se puso unos guantes de latex y recogió el libro de manos del inspector, lo abrió lo ojeó con cuidado—. Aquí no hay nada, habría que mirarlo página por página con más tranquilidad, por si hay algún texto subrayado o alguna anotación escrita. —Cerró el libro y lo volteó sobre sí mismo para ver la portada con más detenimiento—. O tal vez no haga falta hacerlo. Gracias por todo Tomás, puedes ahorrarte los análisis, no se trata de un crimen.

El inspector recogió el libro y lo introdujo nuevamente en la bolsa de plástico.

—¿Estás seguro Andres?, ¿y estas hojas secas como fueron a parar sobre el libro? —le dijo mientras le enseñaba la bolsa sellada con la hojarasca que había recogido—.

El policía ni siquiera se dio la vuelta para responder, le contestó mientras salía del dormitorio.

—La ventana está abierta, Tomás. Mira afuera y verás un árbol con las mismas hojas que tienes en la bolsa. Tal vez una ráfaga de viento las introdujo en la habitación de forma casual, o tal vez ella las recogió del suelo y las puso sobre el libro antes de morir. Sea como sea no cambian el resultado. La joven murió por causa natural. Mañana el forense te dirá lo mismo.

El policía salió del dormitorio y cruzó por el pasillo hasta la escalera. Pasó por delante de una habitación donde el compungido esposo, custodiado por dos agentes, sollozaba y balbuceaba.

El inspector quedó intrigado por las palabras de su compañero Andrés. Volvió a mirar la bolsa con el libro, leyó el título de la portada. —El código da Vinci—. Se frotó la barbilla con la mano enguantada. —No lo he leído—.
—No se pierde gran cosa inspector, —dijo el otro policía mientras guardaba la cámara en la bolsa—, no es muy bueno que digamos.

Al día siguiente en el laboratorio de la Policía Científica, el inspector Tomás recibió una llamada del forense.

—Dile a tu compañero Andrés que puede finalizar el atestado y enviarlo al juzgado, se trata de una muerte natural. Concretamente: muerte por aburrimiento.

Claudio Ramírez

7 comentarios:

Juan G. Marrero dijo...

Muy bueno el relato...
Pero hombre...Que a ti no te gusten las intrigas sobre Magdalena y el Santo Grial no implica que aburra a todos...
En esto de la literatura hay para todos los gustos...

Modesto González dijo...

Está muy bien el relato. El final está curioso. A mí no me desagradó el libro cuando lo leí. Me pareció entretenido y rápido de leer. Lo mejor fue la crítica a la iglesia y creo que a más de uno dio que pensar sobre el cuadro de Da Vinci.
De todas maneras me ha gustado mucho.

karnak dijo...

Hay literatura que gusta, hay literatura que no gusta, y luego están las mierdas pinchas en un palo como el código davinci. Que sea una mierda pinchá en un palo no quita para que medio entretenga.

Modesto González dijo...

Sin duda, la historia dio muchísimo que hablar pero Dan Brown no dio casi nada que hablar: narración, etc...
Hablando de libros, conocerás la magia que siempre envolvió a El Necronomicón: el libro de los nombres muertos. Pues cuando yo era niño y escuché que si lo leías, morías (ah, adolescencia ingenua) entonces siempre me dio miedo y nunca lo busqué en una librería. Luego ya cuando la razón y la madurez me dijo que eso no podía ser, lo encontré pero siempre envuelto en un halo maldito ejeje. Incluso a su autor lo conocerás muy bien: Lovecraft.

Raúl M.V. dijo...

Sr. Claudio
No deja usted de sorprenderme!

Satori Kundalini dijo...

Pos yo me quedé sorprendido por el final del relato...y encima algo mosqueado porque he tenido ese libro en mis manos, aunque no lo he llegado a leer. ¿Estaré contaminado o marcado por la muerte?.

karnak dijo...

El Necronomicón es un ejemplo de la credulidad humana. Un libro inventado por Lovecraft para dar ambientillo a sus relatos de terror y que hoy día tiene miles de peticiones de compras en sitios como Ebay. Si en realidad hubiera llegado a escribirse creo que hubiera superado en ventas al Señor de los Anillos.