miércoles, 15 de julio de 2009

Mi hermano

Hola amigos:
Hacía tiempo que no escribía algo. Hoy se me ha ocurrido escribir sobre una situación que viven muchas familias. Sobre todo, de la sobreprotección de unos padres temerosos hacia sus hijos. Es algo exagerado pero quién sabe si la realidad supera la ficción. Seguro que si.

Mi hermano

Ayer fui a ver a mi hermano al cementerio. Hace poco días cumplió años. Ese día, no hubo velas para apagar de un soplo, ni tartas dulces que saborear, ni regalos que desempaquetar. No lució cara de sorpresa ni escuchó el "feliz cumpleaños" de ningún familiar. Hoy más que nunca, recuerdo sus lágrimas, que no de alegría; o su sonrisa, que no de felicidad; o su nostalgia, que no de recuerdos anhelados.

La elección de ser primer hijo lo marcó de por vida. Mis padre lo mimaban pero también, lo sometían. El miedo a que le sucediese algo hizo que mi madre lo sobreprotegiera demasiado y lo asfixiara a un control férreo y dominante.
Nunca estaban de acuerdo con ellos en nada. Mi padre quería dominar lo indomable y más ahora, que mi hermano ya había cumplido los veinte años y entraba a una etapa de rebeldía y libertinaje. Todos los días, sin descanso, le lanzaban balas de advertencia y trataban de convencerlo de que como en casa, en ningún sitio. El hogar, así llamado por mi madre pero no compartido por mi hermano, lo estaba matando y las heridas que le ocasionaban no cicatrizaban tan fácilmente. Era libre como un pájaro, pero enjaulado; era un tigre indomable, pero golpeado por un látigo represor; era la libertad, encarcelada en las paredes de aquella habitación que era su único salvavidas y su rincón inexplorado.

Muchas veces, llegaba a casa dejando la sonrisa en la calle y paseaba por todas las habitaciones una tristeza eterna, una mirada perdida. A veces, cuando dejaba la puerta abierta, lo acechaba mientras él miraba a través de la ventana esperando que la independencia pasara por el jardín y se lo llevara muy lejos.

Más tarde, se relacionó con gente peligrosa, del submundo, como venganza. A veces, traía a casa a sospechosos amigos: unos tatuados, otros con el pelo pintado, otros con ropa negra o con piercings en el ombligo. Mi madre le decía que esos son eran amigos y que no le iban a dar más que problemas o le robarían su dinero. Sin remedio, desaparecieron los amigos de mi casa, pero no en la calle, con los que aún se veía. ¿Buscaría la valentía en la cobardía?

Una vez, mientras mis padres salieron de viaje durante una semana, mi hermano llegaba a casa todas las noches ebrio de cubatas y fumado de canutos. Era su manera de vengarse y era su manera de llorar, era su manera de desahogarse y liberarse. Luego, se metía en su habitación y sollozaba mientras se preguntaba porqué a él. Yo entraba y lo abrazaba, lo comprendía y lo animaba. Pero al momento me echaba de su habitación, comiéndose él mismo todas sus penas y amarguras. Nunca quiso compartir sus tristezas conmigo y se las callaba. No se desahogaba con nadie salvo una chica a la que conoció más tarde y le confió todas sus intimidades.

Luego supe que esa chica recriminó a mis padres y les echó la culpa del suicidio de su hijo. Mi padre casi le pega y mi madre le lanzó insultos y gritos durante el entierro.

En cuánto pudo se fue a trabajar su independencia. Encontró trabajo en una ferretería, algo temporal, y se marchó. Nunca volvió, nunca pidió ayuda y nunca llamó. Era mi madre la encargada de llamarlo todos los días. Al final se convirtió en una rutina, algo que mi madre apuntaba en su agenda y nunca olvidaba. Había días que él ya ni cogía las llamadas. Lo sabía por los golpes que mi madre pegaba al teléfono y soltaba los suspiros cargados de resignación.

El día que se fue, me dejó una nota en mi cuarto, fueron unas breves palabras, escuetas, que resumían la agonía casera que vivía:
"Hermano, no aguanto esta presión, me está matando, tengo que respirar libertad"

Nunca les enseñé la nota a mis padres y la rompí en trocitos, la tiré a la basura y al rincón del olvido que habita en mi mente y que estaba demasiada llena de malas experiencias, gritos e insultos.
Siempre cargó con la maldición por ser el primero y el que más trabajo le dio para traer al mundo.

Mis padres no cesaron hasta descubrir el auténtico motivo del suicidio, con sobredosis de pastillas tranquilizantes que consiguió de alguien, y qué motivó su muerte. La aparente felicidad con la que vivíamos se esfumó para dejar paso a una tristeza y melancolía pintada en las paredes de la casa y marcada en las puertas y en las ventanas por las huellas de la amargura. Mi madre se sumió en una depresión de por vida y mi padre, al enfermar de cáncer, se dejó morir poco a poco sin someterse a ningún tratamiento. Estaban tan ciegos que nunca lo comprendieron.

Mi hermano vivió atado a unas cadenas que no tenían llave y se topó con una puerta cerrada a cal y a canto. El miedo de mis padres al mundo se lo transmitieron de tal manera que acabó tan ahogado de pastillas como de unas manos que lo cogieron del cuello y no lo soltaron hasta que exhaló su último respiro.

Al final, me dijeron que se quedó sin trabajo, sin dinero y sin la autonomía necesaria para seguir viviendo solo. Ese privilegio se acabó y no le quedó más remedio que volver a casa. Pero un día antes, se metió en la bañera, en agua caliente, se tomó diez pastillas fulminadoras y falleció allí: solo y sin auxilio. Cuando lo vi por última vez antes de cerrar la bolsa negra que los enfermeros le pusieron, pudé observar que de sus ojos salía una lágrima. Esa lágrima venía cargada de pesadumbre y desesperación, pero sobre todo, de desahogo y descanso.

Le dejé unas rosas en su tumba y una nota escueta. Siempre he vivido arrepentido por no haberle ayudado más en los malos momentos. Ahora comprendo lo que ahora yo sufro, la soledad de no tener a nadie a quién contarle una pena o una angustia.

3 comentarios:

Juan G. Marrero dijo...

¡Que fuerte…!
¡Muy bueno Mode…!
Yo he conocido a personajes que van entrando en laberintos que tiene dudosas salidas…En esta vida hay que saber pedir ayuda…

karnak dijo...

este relato me ha dejado descolocado

Mensy dijo...

La verdad es que el relato da escalofríos......pero yo he conocido algún caso cercano y es muy, muy duro...difícil de asimilar sobre todo por los familiares.....A veces la desesperación lleva a plantearse este tipo de salidas y en ocasiones no se sabe pedir ayuda o no quieres que nadie sufra con tus problemas y crees que quitarte del medio es la solución……