Todos las Almas Malditas son personajes de una novela que espero y deseo vaya creciendo conforme van saliendo gentes como: Don Pedro, el cura.
Así, los van conociendo.
Don Pedro, el cura.
Su figura siempre estuvo sostenida por el misterio. Cuando se le preguntaba a los feligreses sobre su aparición en el altar aquel domingo de agosto de un año que ni las solteronas ni las viudas perennes recordaban, ellas decían, entre cotilleos y reuniones con olor a café, que Don Pedro el cura apareció vestido con una sotana que reprimía una barriga prominente, un alzacuello que disimulaba una papada generosa, y una mirada cándida que relajaba los nervios del más exaltado.
Cuando las campanas dieron las once, el cura, con sus andares balanceados y las manos enlazadas a la espalda, se acercó hasta los fieles, vestidos con sus trajes de domingo y perfumes baratos que se mezclaban con el sudor rancio de días sin ver el agua y que espantaba el olor a incienso, y concedió un discurso tan convencedor que hasta disipó las dudas del más incrédulo sobre la existencia de Dios o el pecado mortal.
Parecía una aparición divina. Su calva relucía gracias al sol que se colaba entre las vidrieras; su voz imantada y cautivadora hipnotizó a todos los presentes durante una hora seguida en la que nadie se atrevió a parpadear ni a secarse los chorros de sudor por el sofoco que entraba por la puerta. Aquella voz sosegada, entrenada durante años en los seminarios, dio un discurso de época que nadie olvidó.
Los testimonios y las apuestas sobre su edad fueron el objeto de discusión de los hombres del pueblo durante décadas. Antonio el Herrero fue el único capaz de calcular los años de Don Pedro, cuando desde niño lo veía andar por las calles con su joroba hostigante y sus comentarios reprobadores sobre la conducta de algunos enamorados que se acariciaban en las esquinas del parque de la Paz. Ya cuando sus piernas no daban más que para andar desde su casa al bar de Pepe, aún lo observaba con las mismas prisas y las mismas arrugas, y su indiscutible perfil siseado que acababa en unos zapatos negros bien lustrados, y una eterna sotana sin arrugas ni manchas. Cuando el cura salía a relucir en los debates del bar de su amigo, Antonio siempre les decía a los presentes:
-Lo que para mi han sido sesenta años, parece que para él solo han pasado unos meses.-
Don Pedro fue el único que conocía bien las inquietudes de todo los habitantes. Ayudó a María de los Ángeles a soportar el tedio de años de soledad y la espera del marido, ahuyentando pensamientos pecaminosos y proporcionando el consuelo y la esperanza de que Manuel llegaría de las arenas como Jesucristo del desierto. También tuvo la bondad de hacerle el favor a Celestino de ver cumplido su último deseo: ver pasar su entierro.
Aconsejó a familias sin tener ninguna; orientó a jóvenes inexpertos sobre las relaciones sin haber yacido con ninguna mujer; e instruyó a miles de niños a portarse bien en casa, permanecer en silencio en las clases, y a rezar antes de acostarse.
Muchos años después, alguien dijo un día en que casi nadie lo recordaba:
-Don Pedro apareció cuando la fe permanecía inalterable en los corazones de los aruquenses, pero desapareció cuando los bancos de la iglesia empezaron a vaciarse por la llegada de los nuevos tiempos.-
3 comentarios:
Estoy un poco perdida en este relato, creo que lo empezaste hace un tiempo, pero no he podido echarle un vistazo. Cuando pueda lo haré...........pero me encanta la descripción y el ambiente de época que le pones al cura Don Pedro..............Impresionante chico………..
Gracias Mensy. Almas malditas no es, en principio, un relato, aunque lo haya etiquetado así, sino personajes que poco a poco voy creando conforme voy vida a esa novela que cada día veo más difícil de escribir. Por ello, si lees el blog en las entradas anteriores, María de los Ángeles y Celestino, al cual te aconsejo no leas en este blog porque lo he modificado del todo, son personajes secundarios de la novela. Como aún no tengo ni el tema principal ni a los personajes principales, voy creado y dando vida a esta serie de personajes secundarios que tienen algo en común: la muerte. Por eso, me inspiro en los únicos escritores de me abren la inspiración: Juan Rulfo y su "Pedro Páramo y García Márquez, de sobras conocidos por todos.
Gracias por tu comentario.
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