miércoles, 13 de octubre de 2010

Recomiendo cruzar el "Rubicon"

Este mediodía, la serie Rubicon me ha dado un bofetón que me servirá para aprender. Ha sido un bofetón a la impaciencia y al consumo rápido de la curiosidad que me enseñará de aquí en adelante a degustar en lugar de tragar, y a recrearme en los olores, colores y sensaciones antes de engullir. Creo que tengo que explicarme:
“Rubicón” es una serie de la AMC (cadena por cable norteamericana que también tiene en su parrilla “Mad Men” –sublime- y “Breaking Bad”- superior) que empecé a ver hace unos meses semana a semana. Admito que a mitad de temporada sentí una extraña sensación de desazón al ver que la trama parecía estancarse; perdía ritmo y por momentos, parecía carecer de argumentos. Y digo que era una extraña disonancia: no sabía si, abortar el seguimiento de la vida del anodino analista Will Travers, o seguir descargando capítulos, porque sin duda, la serie conservaba una factura impecable parecida a una antigua película de espías que hunden sus cabezas entre montañas de papeles (en esta serie nadie usa internet) para resolver un caso, y además, porque poseía algo hipnótico que parecía decirme que allí estaba ocurriendo algo grande. Estas tarde, no me arrepiento de haber decidido en aquel momento lo correcto. Este capítulo, el 12, aclara todos aquellos sutiles guiños, miradas y silencios que parecían perderse a lo largo de la trama. Este capítulo, antesala del final de temporada, vuelve a retomar el magnífico arranque del primero: una muerte de por medio, un jefe enigmático, un extraño e impaciente cónclave de traje y corbata, y un a Will Travers, jefe de un reducido grupo de analistas de la inteligencia americana que perdió a su esposa y a su hija en N.Y el 11-S, que tendrá que empezar de nuevo.

Al igual que el incidente que se desata en este capítulo, Rubicon ha pegado fuerte.

Si deciden ver esta serie, quédense con lo aquí escrito. No desesperen, que lo excelente se hace esperar mientras se disfruta de lo bueno.


R.M.V.

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