viernes, 3 de febrero de 2012

Almas malditas VI. El caminante y Don Antonio, el constructor. 1ºPARTE

Lo que no pude hacer en meses, lo ideé en una mañana. Caminando, como todos los días de trabajo, desde Las Arenas hasta la altura del Corte Inglés, me vino a la mente una frase que ronda por mi cabeza desde que terminé el ciclo de Almas Malditas: "Le llamaban el caminante, pues nadie tenía nombre para él".
Quería crearle una historia a alguien así. La creé en pocas horas, en undía. Luego, claro está, le di mi toque personal, que para bien o para mal, es lo que  me da más pasión para escribir, y la primera parte del resultado está aquí.
Bueno, al final, y como siempre, en Almas Malditas, nada es lo que parece. La verdad es que nunca pensé en volver a este ciclo, pero me apetecía crear algún personaje más, donde la muerte siempre ronda, muy cerca.

Imagino que la forma de escribir y el lenguaje o la historia, pueden no ser muy entendibles. Habría que mejorar cosas, pero si no lo publico ahora, no lo haré nunca. Tiene varias partes.


Almas malditas VI. El caminante y Don Antonio, el constructor.  1ºPARTE

Le llamaban el caminante, pues nadie tenía nombre para él. Y como la única manera de descubrirlo era preguntándoselo a la imaginación, nadie lo hizo, pues serían demasiadas hipótesis y ningún acuerdo.
Nadie fue liberado de la duda. Ni siquiera Antonio, un monolito de cantería cuya sombra se comparaba con la de la torre mayor de la iglesia de Arucas. Y aunque él mismo siempre disminuía la exageración soltando que tampoco era para tanto, lo comprobó al colocar una de las puertas de su casa, del tamaño doble al normal, cuyas medidas jamás habían sido descubiertas, y que luego llevarían su nombre. Su rostro, de la misma tonalidad de los anocheceres rojos que se veían desde la montaña, parecía a punto de sufrir un colapso; y de su pelo níveo y frondoso, sólo quedaban un vago recuerdo detrás de las orejas.

La casa había sido encargada por su propia conciencia. Fue construída cuando, en su azotea, empezaban a caer las primeras gotas de la demencia. No descansó en paz hasta terminarla, bloque tras bloque, al ser  levantada en honor a su hijo Pedro, el gandul, en señal del poco amor de padre que le había dado, por venir al mundo en el mismo momento en que su madre fallecía a consecuencia del parto. Sólo al declarar ante la muerte los arrepentimientos de su vida, en la misma cama donde murió su mujer, lo declaró inocente.
El chiquillo se iba a casar dentro de seis meses con Mercedes, la hija de su amigo Evaristo, un policía tan bondadoso que quitaba las multas al mismo tiempo que las ponía, que se llevaba a comer a casa a los que cometían algún pequeño crimen, para convencerles de hacer el bien con tres buenas palabras y un buen potaje de su esposa Dolores.


El constructor, experto en el arte de la edificación, tenía dos ayudantes: Rogelio el llorica y Fernando el ladrillo. Rogelio era el desahogo de los depresivos del pueblo, pues nada más se acercaban a él, daban unas ganas tremendas de llorar. El resultado de todo ello era que Pedro, el hijo premiado con la residencia, vivió más de veinte años con una una depresión de caballo. Los vecinos siempre le reiteraban:

"Pedro, ya sabes que esta casa está asentada sobre hormigón y llantos de Rogelio".

Y Luego, estaba, Fernando el ladrillo, cuya virtud era poseer una cabeza tan dura como los cimientos de la iglesia, y que se ganaba unos duros poniéndola al servicio del ayuntamiento; no para cuestiones de cultura o decisiones de categoría, precisamente; sino para romper puertas mal claveteadas, o ajustar algún poste eléctrico.
Pero el constructor fue el primero al que picó la mosca de la curiosidad. Hombre que nunca fue presentado ante la compasión, sintió la lástima al ver al sinónimo de la dejadez caminando, día tras día, de sol a sol, sin parar; desde el primer día en que asentó los cimientos, hasta que acarició con la brocha la última mano de pintura. 

La solución la hallaría, poco tiempo después, cuando su cuerpo sintió el frío masaje de la muerte.
Estuvo tentado, en varias ocasiones, de frenarlo y preguntarle, pero un una pared más sólida que la que le daba sombra en aquel momento, lo paralizaba y le dejaba sin habla.

Al ver que su mente no daba previsiones convencibles, realizó una serie de consultas. Ante él pasó una nube cargada de sospechas que tapaba el sol del entendimiento. Por ello decidió, una tarde de verano, al remover tanto las mezclas de cemento como la curiosidad que llenaría enciclopedias, presentarse ante un auténtico sabio versado en cuestiones de la mente: Don Pedro, el cura, a ver si podría encontrar algún pasaje en la biblia sobre algún peregrino cumpliendo promesas con la tortura como penitencia.

4 comentarios:

Juan G. Marrero dijo...

Ahora con mi ebook estoy entre Tolstoi, Galdós, Cabre´...Y ahora Modesto "el renovado"...Ños, ahí tienes personajes para rato...

Mensy dijo...

Jolín. Que bueno leer uno de tus relatos que como todos enganchan, con unos personajes tan opacos como sus apodos…………….Sabremos al final el nombre del caminante?

Ángel Díaz dijo...

bravo mode, bravo¡¡¡

karnak dijo...

Bien bien bieeeen¡¡¡¡