viernes, 13 de septiembre de 2013

Un día como el de ayer



Hoy he recordado este relato que escribí en el verano del 2003, porque los ciclos se repiten aunque hayamos aprendido a evitarlo.


Me he despertado pronto, con dolor de espalda y sudoroso. He pasado diez minutos más en la cama hasta que el sol se ha colado cruelmente por las rendijas de las persianas. Luego he vacilado un tiempo vagando del salón al cuarto de baño sin saber qué decisión tomar para pasar los primeros minutos de mi renacimiento y ubicarme en el mundo. Ya en el baño, he meado sentado
 porque he dudado seriamente de la confianza en mi equilibrio después de retozar más de diez horas en incontadas posiciones distintas en una cama que parecía estar en el planeta Mercurio. Una ducha fría, camiseta, vaqueros y zapatillas, un par de euros en el bolsillo trasero, y he bajado al bar a comer algo sentado debajo del ventilador. El monje sin capucha que tiene Paco colgado en la pared junto al televisor señala con una varilla partida “día seco”; pero ese premonitorio “día seco” también lo marcaba ayer, anteayer y aquel día de diciembre que llovió diez horas seguidas y que casi convierte a Puerto en Nueva Orleans. Paco me preguntó por tí con la bayeta amarilla entre las manos y una corrediza gota de sudor que descendía por el carrillo izquierdo y se perdía entre los pelos de su cuidadísimo bigote. Rober me ha llamado al móvil mientras discutía, sin mucha pasión, con Paco sobre el partido de anoche. Hemos quedado para la tarde, donde siempre, a las ocho u ocho y media.

“Su tabaco, gracias”, y he fumado un porrito en el único banco con sombra del parque sentado junto a un viejo que leía el periódico por encima de sus gafas estilo lupas. No he estado en el parque ni veinte minutos porque la sombra avanzó a pasos agigantados por nuestra espalda hasta perecer hundirse en el parterre y dejarnos bajo un sol de justicia; pero en ese tiempo hemos hablado de fútbol, arreglado el mundo con dos frases irrefutables y cagado en los políticos. Le he hablado de tí. Dijo que te recordaba; que te ha visto pasar muchas veces por allí camino de la parada de guaguas. Nos despedimos con un apretón de manos y quedamos para mañana: “En agosto mi casa se llena de chiquillos y prefiero pasar las mañanas aquí al sol hasta la hora de comer”- dijo, haciendo del periódico una visera. 


Al llegar a casa he puesto la tele y he abierto las ventanas del salón y de nuestro cuarto. He visto tu anillo de plata sobre la mesilla de noche; ese que te compré en el mercadillo del WOMAD. Lo habrás olvidado. Nada que ver en la tele. He puesto un cd pero “Elefantes” me ha recordado a tí- tú me lo regalaste- y lo he cambiado. He esperado fumando hasta las cuatro tu llamada. ¿Dónde estás? Te he enviado un mensaje al móvil. Apenas he comido en todo el día. 


A las ocho, Rober ya me esperaba en la “Kiss”. Dos cervezas, un café, una cajetilla de tabaco y mil risas para no acordarme por un momento de que estás lejos de mí y de esta isla. También pasó por allí Enoc. Iba de paso,  con prisas porque trabajaba en el turno de noche. Me ha preguntado por tí. Las doce. La noche vuelve a ser calurosa. He vuelto a casa poco antes de las dos y sigo esperando tu llamada.


 Pto del Rosario Agosto 2003

3 comentarios:

Satori Kundalini dijo...

Otra buen relato, Si señor.

Juan G. Marrero dijo...

Por lo menos tuvo un final feliz...Porque si no me deprimo...

karnak dijo...

Perdona cari, tenía el teléfono sin batería. Buen relato.