Por fin se acabaron las puñeteras fiestas de navidad. Parece que cada año se alargan más que el anterior. Hace años que tengo la costumbre de coger las vacaciones en estas fechas, con el único objetivo de encerrarme en casa y aislarme de las masas borreguiles que deambulan por los centros comerciales como si fueran actores de los walking dead. Este año además me he librado de la cena de nochebuena gracias a la reciente operación del tabique nasal que me hicieron el día 20 de diciembre. La excusa perfecta para no salir de casa, la prescripción médica.

Aún así no pude escaparme del todo al efecto “felisnavidad”. Tuve que salir un par de veces a realizar mis propias compras navideñas. Que uno es un antisistema pero no puede evitar vivir en este sistema. También tuve que comprar un número de la lotería de navidad, más que nada por si toca en el pueblo y todo cristo se hace millonario menos yo. Las típicas cenas navideñas, una con amigos donde me lo pasé de maravilla en un restaurante en Agaete (incluso a pesar del frío). Otra con los amigos de toda la vida, que nos vemos una vez al año (en Navidad). Al principio no quería ir, pero un amigo terminó convenciéndome y asistí. Me lo pasé bien, aunque solo fuera por vernos 20 años después y comparar nuestras barrigotas, arrugas y calvas, y comprobar que no salgo tan mal parado como el resto. Y las amigas… convertidas en unas perfectas “MILF”. También coincidí un par de veces con algunos hedonistas en el Pandora, donde combatimos el frío con chocolate calentito y empanadillas.
Despedimos el año alegrándonos de haber dejado atrás lo peor de la crisis, los desastres del Zapatero, los mercados cada vez más carnívoros que vienen a ser como el hombre del saco del siglo XXI. Y no han pasado ni cinco días y ya me temo que este año va a ser peor que el 2011, gracias al amiguete Marianito y su pandilla de chorizos, anunciando congelaciones salariales, aumento de impuestos, recortes por todos lados (menos de sus bolsillos), etc.
Hoy es el día de Reyes, que es el día que marca el final oficial de las navidades y el comienzo de los carnavales. Parece mentira que lo que empezó como una fábula para dar ínfulas de grandeza al nacimiento de un tal Jesús de Nazaret se haya convertido en una tradición consumista de tal calibre que sus efectos se notan en el PIB de este país.
En este día se retira el árbol de navidad, el belén, los adornos navideños que sembramos por la casa y los devolvemos a la caja hasta el próximo noviembre. Por lo menos despedimos estas fechas con la alegría y la ilusión con que los niños reciben sus regalos, los mayores ya hemos perdido la inocencia y solo pensamos en los vencimientos de la tarjeta de crédito para febrero. Yo debo haberme portado bien en 2011, ya que el propio Melchor me dejó un libro: Por el bien del Imperio, de Josep Fontana. Una historia del mundo desde 1945. Espero que me de algunas claves históricas de cómo coño hemos llegado a la situación en la que estamos actualmente. Gaspar me regaló la edición de coleccionista de un juego del Cthulhu, como ya saben los que me conocen soy un ferviente admirador de la obra de Lovecraft y un coleccionista de cosas relacionadas con ella. El Baltasar me dejó unos pocos euros para comprar ropa en las rebajas.

Y como siempre, empiezo con los propósitos del año nuevo: volver al gimnasio a perder los kilos (o toneladas) que he ido acumulando en diciembre, tomarme con más ánimo los estudios, tomarme el trabajo con más tranquilidad, disfrutar más con mi tiempo libre, aprender a tocar la guitarra y viajar a algún lado. En diciembre veremos qué he conseguido hacer realidad. Aunque espero que esto no importe, y que los mayas tengan razón y toque el fin del mundo. Tal como van las cosas, lo mejor es reiniciar el sistema y empezar de cero. Las cavernas siempre han sido un buen punto de partida.