Uribe es más conocido por su poesía y que hace su debut en la novela con este libro. Durante algunos años. Este joven poeta ha estado viajando a N.Y. para dar recitales de poesía; siempre en euskera, y sus poemas se han publicado en periódicos como The New Yorker.
Ha escrito varios libros de literatura infantil y juvenil. En 2003 publicó la primera entrega de la serie de novelas cortas Garmendia, serie de aventuras y humor que narra las peripecias de un pastor que emigra a finales del XIX al salvaje oeste y se mete a pistolero sin pegar ni un solo tiro. Una votación entre los alumnos de los centros de enseñanza secundaria en Gipuzkoa le valió el Premio Liburu berria.
He encontrado algunos de sus poemas del libro “Bitartean heldu eskutik (Mientras tanto dame la mano, Visor, 2003)”.
Visita
La heroína es tan dulce como hacer el amor,
decía ella en otro tiempo.
Los médicos dicen que no ha ido a peor,
día va y día viene, y que nos lo tomemos con calma.
Hace un mes que no ha vuelto a despertar,
desde la última operación.
Y sin embargo seguimos visitándola todos los días
en el sexto box de la unidad de cuidados intensivos.
Al entrar, el enfermo de la cama de enfrente lloraba,
no ha venido nadie a visitarme, le decía a la enfermera.
Hace un mes que no oímos la voz de mi hermana.
No veo como antes toda la vida por delante,
nos decía, no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.
Ahora sólo le hablamos mi madre y yo.
Mi hermano, antes, no decía gran cosa;
ahora ni siquiera viene.
Mi padre se queda en la puerta, callado.
No duermo por las noches, nos decía mi hermana,
tengo miedo a dormirme, miedo a las pesadillas.
Las agujas me hacen daño y tengo frío,
el suero me enfría las venas.
Si pudiera huir de este cuerpo podrido.
Mientras tanto cógeme la mano, decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.
Y éste otro, que me gusta especialmente.
Te quiero, no
Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.
En octubre, asaba pimientos rojos
con un soldador
en el balcón de su casa de barrio.
Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.
Él nunca decía te quiero.
El tabaco y el polvo de acero
quemaron sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.
Cuando se jubiló,
su hija se casó en otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
No eran rubíes, ni siquiera seda roja.
Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos soldaron una cama de acero.
Él nunca decía te quiero.
1 comentario:
Anteanoche entrevistaron a este autor en Buenafuente, parece que el libro está bastante bien.
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