En pleno siglo XXI, nos encontramos con que la institución de la Iglesia Católica sigue anclada en el siglo XVI y cada vez retrocede más. No termina de encontrar su lugar en la sociedad y solo fanáticos incondicionales de dudosa catadura moral como los Legionarios de Cristo, Opusdeistas y los famosos Kikos son capaces de elevar la voz en defensa de una institución que se encuentra perdida entre sus ínfulas de representantes de Dios en la tierra y moderadores éticos de la sociedad.
En los años 70-80 del siglo pasado se desarrolló en Sudamérica un movimiento teológico que a la postre sería conocido como la Teología de la Liberación. Sus precursores, al igual que había hecho Lutero 400 años antes, criticaban duramente el posicionamiento político de la Iglesia en América Latina, alineados al lado del poder represor y dictatorial de los regímenes que en ese tiempo campaban a sus anchas por la zona. Básicamente, estos sacerdotes venían a plantear que el lugar de la Iglesia estaba con los pobres, con los reprimidos. Y no con los poderosos, alimentando su vanidad a la sombra de los dictadores y justificando y jaleando sus actos. Esto no era nuevo, ya en los 50 los obispos españoles paseaban al dictador Franco bajo palio. Pronto, estos sacerdotes fueron tachados de comunistas y se convirtieron en objetivos de la guerra sucia que los gobiernos dictatoriales emprendieron contra su propio pueblo. Hace poco se cumplieron 20 años del asesinato de los Jesuítas Ignacio Ellacuría, Segundo Montes e Ignacio Martín-Baró (para no dejar testigos también fueron asesinadas Julia Elba que trabajaba en la Universidad y su hija de quince años Celia Ramos), en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Y supongo que todos recordamos el desgraciado caso de Monseñor Romero. Elevado por Pablo VI a Arzobispo de El Salvador por su docilidad como candidato conservador, resultó que Oscar Romero se congració con el pueblo y comienza a predicar en defensa de los derechos de los pobres del país y la feroz represión de los militares. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado mientras oficiaba misa. Juan Pablo II miró a otro lado cuando fue propuesto para elevarlo a santo mártir, estaba demasiado ocupado en canonizar a Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei.
Lo que no consiguió la terrible represión militar lo consiguió el papa Juan Pablo II con unas cuantas excomuniones y un par de encíclicas: Libertatis Nuntius de 1984 y Libertatis Conscientia de 1986 que en la práctica declaraba la Teología de la Liberación como una herejía. Para ello empleó el arma más eficaz que ha inventado la Iglesia para reprimir y extirpar de su seno el mínimo síntoma de autocrítica que ponga en peligro el estatus de privilegio de la Iglesia: la Inquisición, hoy en día llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, que casualmente en aquella época la dirigía con mano férrea un tal Cardenal Ratzinguer (hoy día más conocido como Benedicto XVI).
Hoy día Benedicto XVI sigue controlando con mano férrea todo lo que se cuece en la Iglesia, colocando a sus afines en lugares estratégicos (como a Rouco Varela en España). Mientras, la institución se empeña en regodearse en el barro de su propia inmundicia, defendiendo a ultranza a todos esos curas pederastas y violadores capa y espada.
La sociedad ya ha aguantado bastante estas fechorías y cada vez son más los que alzan sus voces pidiendo justicia y muchos más los que reniegan de esta organización de estructura mafiosa. Pero creo que a todas estas, ya va siendo hora de que surja un nuevo Lutero, que tenga la valentía de colgar a las puertas del Vaticano las tesis contra la corrupción y la depravación que campa a sus anchas en el interior de la Iglesia. Que se monte una nueva Reforma que mande a su casa al Benedicto XVI y a toda la caterva de impresentables que barren el suelo a su paso; que monte un Cisma como Dios manda. Si esto fuera así, incluso mi conciencia atea llegaría a considerar que de la Iglesia puede salir algo bueno.
3 comentarios:
Para mi no se puede sacar nada bueno de una institución o llamémosla secta llena de reprimidos fundada en tiempos de Constantino, que bajo el lema salvemos al mundo en nombre de Dios ha ido dejando una estela de corrupción imposible de borrar……..Yo creo que más que reformarla debería desaparecer, pues nada bueno puede salir de una institución sin sentido, ni rumbo, inventada a si misma, que de hecho muy poco tiene que ver con la Biblia………..Han cogido e añadido lo que les interesaba………….
Sigan ustedes criticando a los pobres "vaticanitos" y sus ideas reaccionarias e iran al infierno...
Claro que para esos niños (ahora adultos) el infierno se lo hicieronpasar ellos...
Las religiones son un reflejo de esta "especie de animal llamado ser humano"...
La Iglesia sigue llamando "pecado" al DELITO.
!Vergonzoso!
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