miércoles, 6 de abril de 2011

De qué hablo cuando hablo de correr. Haruki Murakami


Pensé que este libro-ensayo-divertimento lo podría leer a ratos, disfrutando de algo fútil que escribía el maestro Murakami entre novela y novela o cuento y cuento; un encargo editorial sin más sentido que vender a un público reducido – a los frikis del japonés- mientras contaban los días para leer 1Q84 y pasar mejor la espera. Por primera vez, subestimé al mejor escritor vivo del mundo. Como en sus novelas, la forma de relatar te va llevando, arrastrando, página a página, con esa misma levedad con la que cuenta que un carnero se mete en el cuerpo de un tipo, que un señor mantiene charlas con los gatos callejeros, o que un joven se suicida con apenas diecinueve años. Murakami cuenta cómo es que empezó a correr un buen día porque sí, sin más, sin entrar en dilemas filosóficos de necesidad vital ni creativa; igual que dice que un día, mientras veía un partido de beisbol tumbado en el césped bebiendo una cerveza decidió escribir una novela. Sin más artificios ni iluminadas patrañas, porque el japonés corre y escribe porque le apetece, y se inscribe en una carrera de cien kilómetros (que recorre en algo más de once horas) porque poco a poco fue incrementando su resistencia y su técnica, y le apeteció correr una ultramaratón, y cuando terminó se sintió inmensamente feliz. Pero no se sintió feliz porque se había impuesto una tremenda prueba de resistencia para probarse a sí mismo como ser humano, sino porque una vez cruzada la meta ya podía dejar de correr.

Así de normal es este escritor que inventó el fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, y los ubicó en un mapa y todo. Murakami piensa (un rato) en sus tramas mientras corre, pero la mayoría las desecha cuando se quita las zapatillas de footing. Lo que realmente le gusta hacer mientras devora kilómetros con los pies es escuchar jazz y rock añejo en su minidisc (no le gusta el Ipod), y disfrutar del paso de las estaciones, con sus cambios de texturas, colores y olores (maravillosa la descripción del otoño neoyorkino y su maratón). Todas esas sensaciones las recoge en los artículos que escribe después de las maratones; fantásticos relatos en los que describe sus estados anímicos, sus bajones físicos y los terribles dolores que le recorren todo el cuerpo. Impagable también es el relato de su viaje a Atenas para recorrer los 42 kilómetros de La Maratón en sentido contrario. Como el mismo dice, un mítico y laureado recorrido que hoy en día pasa por un anodino y peligroso polígono industrial.

Así de extraño, normal y genial es este libro. Igual que su autor, ¿no?


R.M.V.

2 comentarios:

Ángel Díaz dijo...

aghghg, que ganas de leerlooooooo¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Modesto González dijo...

Recuerdo la parte donde hizo la maratón en Grecia. Acabó extenuado y cansado de tal manera, que luego dejó de correr un tiempo. Asombrosa personalidad, tipo raro donde los haya. Aunque claro, esa rareza lo hace grande, a él y a sus historias "curiosas". Me alegro que te haya gustado. Ángel, disfrútalo.