jueves, 28 de enero de 2010

El Bazar de los Sueños

3º parte


Cuando aún en la pared del bazar se percibía el olor de la tinta humedecida por las teorías iluminadas de nuestro filósofo, un rugido ensordecedor pero de marca registrada retumbaba en la calle Gourié, a unas horas donde el sol casi rozaba la montaña de Arucas. Espantado el silencio como la inspiración del poeta, una Harley Davidson de color negro como la noche, con una pegatina declarando "Generation Beat" en su lomo, se dejaba admirar en una de las puertas del bazar de los sueños. Un chico vestido con chupa de cuero, pantalones oscuros, bufanda y unas Converse "All Stars" blancas, se apeó del asiento, se quitó los guantes, el casco, se repeinó en el acero brillante de la moto (aquel donde un amigo fotógrafo nuestro ganó un premio no hará mucho) se mesó la barba, se colocó bien las gafas de pasta negra, y entró en el bazar con una sonrisa risueña y unas cervezas “Guiness” en la mano; para seguidamente, saludarnos en medio de un ambiente callejero de rockeros, poetas, libre pensadores y amantes del jazz. Con una voz alzada y un amplio vocabulario, recién llegado desde San Francisco, e influído por el gran poeta y precursor del movimiento Beat, Allan Ginsberg, declaró abiertamente, y con la voz de Bob Dylan como fondo en el parquecillo:

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo, hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna…

Bajo esta entrada tan realista y revolucionaria, era para nosotros un lujo tener a uno de los protagonistas de "On the Road" de su amigo Jack Kerouac. Venía con el depósito lleno de drogas y libertad sexual, y con el sonido improvisado del jazz saliendo de su motor V-Team. Parece ser que, entre él y unos amigos, habían dejado la huella de sus motos en un movimiento literario llamado "Generation Beat" y el cual iba extendiendo por todo el mundo, con consignas en contra del racismo o la guerra de Vietnam.

Luego, cuando ya todos empezábamos a sentirnos más sensibilizados con el movimiento, extrajo de su chupa grandes dosis de buenas recomendaciones, inyectándonos con grandes sugerencias sobre escritores que ni conocíamos y sobre títulos que ni imaginábamos.
Alucinados y agradecidos, empezamos a sentir por nuestras venas la sensación de nuevas aventuras para disfrutar, en lo que era, sin dudas, el mejor regalo que se puede dar a un amigo.

Poco después, se ofreció gentilmente al comentarnos que, en su Harley, cargaba en sus baúles más de quinientas joyas literarias a nuestro servicio. Y no sólo eso. Entre sus papeles desordenados, había plantaciones de su propia cosecha. Al leerlas, en sus viajes descubrimos que había construídos con palabras hoteles de lujo, y que en la carretera, esquivaba obstáculos de puntos y comas de una manera magistral, y que en curvas y rectas, componía sus historias de amor, tabaco, sexo y... cosas sencillas que escondían los más grandes sentimientos.

Hipnóticos y fascinados, lo vimos encendiendo un cigarro, al momento en que, por la puerta un hombre con rostro contraído por la droga y los delirios, y que dijo llamarse Johnny Carter, entraba junto a su amigo Julio Cortázar, cuyo clarinete tocaba las letras más perfectas y preciosas en forma de relatos insuperables, y con cuya banda, nos ofertaba un concierto "in situ" para el bazar de los sueños.

Luego, empezó a fumar al séptimo arte. Nos asfixió de grandes críticas cinéfilas, al tiempo en que el humo formaba una gigantesca pantalla de cine al fondo del bazar y nos disponíamos a una sesión única con él como director, rodando una nueva película, y detallándonos todos los pormenores que al resto se nos escapaba. Cuando dispuesto se sentó en uno de sofás reclamados por otros hedonistas y que nunca llegaron, le dijimos que se levantase rápidamente, porque habíamos invitado a un físico maníaco y perfeccionista, que era Sheldon Cooper, y que era su asiento preferido y podría enfadarse porque un lugar perfectamente ordenado con respecto a la luz de la puerta y a la posición y a los grados de la pantalla de cine en la pared del fondo del bazar. Así que enfadado, se echó cual largo era a lo Hank Moody, en otro nuevo capítulo de Arucafornication.

Al levantarnos, lo vimos enfundado en sus guantes de boxeo, y nos sentimos amenazados. Cada golpe lanzado al aire recreaban flashes que nos trasladaban, en primera fila, a uno de los combates de boxeo más memorables que se recuerden: Mohamed ali versus Frasier, y que tuvo lugar en el parquecillo frente al bazar; donde escuchamos los insultos de Ali, nos mareamos ante su juego de pies, nos golpeaba en el rostro, y nos dejaba el morro hinchado de moretones.

Por último, me invitó a dar una vuelta con su motocicleta. Al preguntarle donde íbamos, me dijo: directos a la inspiración.
Paseábamos por nuevos paisajes empapelados de letras de oro y Nobel de Literatura. Fuimos hasta Macondo, donde me dio a conocer a los Buendía, y cuyo patriarca, García Márquez, nos transportaba por sus mágicas curvas de lo cotidiano y su narración divina; para luego recorrer las grandes y rectilíneas frases de los narradores inimitables, como Paul Auster, Haruki Murakami y Ángela Becerra. Nos rodeábamos del Realismo Mágico que acariciaba nuestros rostros con una brisa que inspiraba nuestras imaginaciones más fantásticas.

Cuando bajé de su motocicleta, no tuve palabras para agradecerle la mayor de las gracias para hacer que, este relato y otros de mi cosecha, pudiesen conseguir, o por lo menos intentarlo, esa brisa fresca de hipérboles, magia y fantasía.
Cuando entramos de nuevo al bazar, el Anfitrión y el Filósofo estaban disfrutando de una película, la cual, por supuesto, no nos perdimos por nada del mundo. Se titulaba:
"El Bazar de los Sueños".

Y por ser el caudillo que impone la buena lectura, y presidir el país de los libros, capitanear el barco de las recomendaciones, conducir por las carreteras del séptimo arte, y por su ayuda desinteresada en mis escritos, es y siempre será:

"El Director"

Y cuando aún disfrutábamos de otra sesión de cine, un resoplido mezclado con el sonido de unos cascos en el adoquinado, nos levantó de nuestro ensimismamiento. Un hombre de honor y gloria, se unía a nuestra fiesta.

3 comentarios:

Raúl M.V. dijo...

Aquel chico del bazar, siempre atento detrás de sus gafas a cada gesto, cada palabra, cada mirada, para después llevárselas a su terreno literario y mágico. Un placer, Mode, leerme pasado por tu tamiz, elegante y fantástico.

Juan G. Marrero dijo...

¡Qué imaginación...!
Dentro de 100 ñaos la gente dirán...
¡Qué tios más raros entraban en ese bazar...!
Aunque para mi ese FILÓSOFO es un poco sospechoso...jejeje

Modesto González dijo...

En tres líneas me has definido perfectamente. Lo único que faltó fue que ese chico siempre miraba el reloj y le suplicaba que no pasase tan rápido porque estaba disfrutando como nunca. El otro día, cuando ayudábamos a Ángel a descomponer el puzzle que era su bazar, me fijé en la mirada de la gente. Descubrí que cada uno se preguntaba lo mismo: Y ahora, ¿Adónde voy yo?