miércoles, 5 de agosto de 2009

Mi hermano II - ¿Madre...?

-¿Madre, estás ahí?-

Un pequeño resquicio de luz golpeaba el sillón, salvándolo de una oscuridad pintada por la presencia que allí yacía tirada: ya sea esperando la muerte, ya sea formando parte de la oscuridad de la que se dejaba envolver. Los sollozos y mi respiración acelerada esquivaban el silencio reinante, dominador. 
Me acerqué al sillón, olfateando la incertidumbre, acechando la duda. Poco a poco me acercaba, pisando inseguro y vacilante, con el corazón atemorizado y la valentía asustada. El entorno apestaba a muerte anunciada: La única bienvenida a esta casa.
Un hogar destruído donde  los ecos de las risas de mi padre, los enfados de mi madre y las tonterías de mi hermano estaban tirados por el suelo, sin memoria que los recoja. Todo yacía desperdigado como cristales rotos partidos por el paso inexorable y doloroso del tiempo que no todo lo cura ni olvida. 

Las maderas de esta habitación, la de mi madre, estaban barnizadas de amarguras; las paredes pintadas de melancolías y el suelo desanimado de huellas arrastradas. 

-¿Madre, estás muerta?-

Los despojos de lo que había sido una mujer hermosa estaba tirados a lo largo del sillón. Una piel arrugada por la depresión y la pena estaba tan seca que debajo de ella, ya poco quedaba. Se le marcaban los huesos, la piel estaba apergaminada y el pelo desteñido y revuelto. Los ojos estaban abiertos, mirando al vacío, perdidos en una conciencia que vagaba por un mundo esperanzador de reencuentros imposibles. Lo bueno que quedó de ella salió despedido por la puerta y la poca lucidez que anhelaba salvarse estaba escondido en algún rincón de la habitación o fusionada con la negrura insondable del lugar.
No dejaba que la cordura y la paz entrase por la puerta ni por las ventanas: todo estaba cerrado; el paso estaba prohibido para la esperanza; permiso denegado para la felicidad.

-¿Madre, estás viva?-

Estaba hablando en susurros, con alguien. A veces reía, a veces lloraba. No me atrevía a interrumpirla. Luego calló, cerró los ojos y una sonrisa cálida dibujaba sus labios mortecinos. Me senté frente a ella, y la observé. Estaba muy delgada, débil. Su energía se agotaba y la dejadez hacia sí misma había convertido el grito en eco y el fuego en ceniza. Recuerdo su fuerza, su ímpetu ante las adversidades, dando la cara en todo. Nunca se amilanaba, nunca cedía, nunca callaba ante las injusticias y nunca abandonaba su objetivo. 
Pero después de la muerte de su hijo toda esa pasión por la vida se había convertido, de la noche a la mañana, en cobardía y miedo. Y todo lo hermoso de su forma de ser, lo había escondido en aquella habitación, en los cajones del armario o debajo de la alfombra polvorienta. Su mal no se curaba con pastillas ni desconocidos a sueldo: yo, su hijo, era el billete de vuelta de una ida al abismo. Se había encadenado de recuerdos así como su espíritu se anclaba a un pasado sin retorno y yo, su hijo, era el único soplo de aire en su infierno interior, el perdón del castigo autoinfligido.


-¿Madre, no me reconoces?-

-Tú me diste la vida. Tú gritaste cuando yo salía desde dentro de tí, empujando y causándote dolor de madre. Mírame, estoy aquí, sigo vivo, aún respiro.
-Debes caminar por las calles de la vida y no por atajos que llevan a callejones sin salida tapadas por la muerte.
-Recupéremos los momentos perdidos y las sonrisas atrasadas. Lloro madre, lloro por tí y por mí. Me siento vacío, viajo sin rumbo esperando que me indiques el norte para recuperar la orientación de mi vida. Desde que te perdí, vago por un laberinto silencioso, sin una voz que me guíe a la salida, al amor, a tu compañía.
-Estoy en un desierto, sediento y sin provisiones, y todo a mi alrededor es arena quemada al sol y heladas de noches frías y sin abrigo. Necesito una mano que me acaricie y me consuele, me apoye y me diga que todo va a salir bien.  

-¿Recuerdas cuando tú me sostenías en mis primeros pasos o me ayudabas a soplar las velas en mis primeros cumpleaños?. ¿Y cuando me ayudabas a  mantenerme recto para no caer en mi primera bicicleta o cuando me protegías con abrazos protectores?. ¿Y cuando me escribías palabras de ánimo en mi diario de la tristeza?. 

Tan maravilloso es recibir ternura como darla en los peores momentos. Miro a mi madre, está sonriendo. Miro a mi madre, está llorando. Miro a mi madre, al fin me reconoce. Miro a mi madre, me ofrece su mano. Me siento a su lado.


-¿Mamá, me dejas que te ayude?-

Tengo que....

Tengo que comprarle un nuevo traje: estampado, alegre y vivo y tirar el negro que la martiriza y aprisiona. Peinarla a la moda, comprarle bonitas joyas, alimentar sus huesos marcados y comprarle zapatos para pasear; tengo que recoger la ilusión y la felicidad de los rincones donde se esconden y enseñárselos; tengo que decirle que de lo bueno y lo malo aprendemos a ser más fuertes; tengo que encender la luz apagada y adornar con figuras alegres, cortinas blancas y manteles de flores nuestra casa. Tengo que colocar fotos de papá y de mi hermano y sonreir al saber que desde un lugar no tan lejano, ellos también nos sonríen y nos esperan pacientemente, a que vivamos lo que el destino nos tiene predestinado; tengo que decirle que el reflejo de su imagen en el espejo debe estar obligado a sonreir y vivir cada día como el último de nuestra vida; tengo que recordarle que la brisa no solo acaricia su cuerpo, sino su alma, que una flor no se huele sino se siente, que una sonrisa vale más que mil palabras y que una caricia no es sólo un roce sino un deseo de sentirnos amados.

Y sobre todo, recoger los malos momentos, guardarlos en una caja, cerrarla, arrinconarla y echarla al mar del olvido. Desde ahora: levantarse, comer, pasear, respirar, sonreir, llorar, desear, amar, soñar, abrazar y besar estará alimentado por la energía de la ILUSIÓN.

- ¿Mamá...?

3 comentarios:

antonio santana dijo...

Es un relato sobrecogedor, muy inspirador y redactado de una manera prodigiosa y con el ritmo justo. Emocionante y sencilla, a la vez que hace sentir...Felicidades Mode

Mensy dijo...

me ha parecido conmovedor y lleno de muchos matices agridulces de supervivencia.............Tan bueno como el primero.

Juan G. Marrero dijo...

¡Torero, ronaldiño de la escritura, bukowskiano...!
¡Muy bueno Mode...!