miércoles, 7 de septiembre de 2011

La aldea...

Lo que aparentaba ser una aldea, parecía estar completamente vacía. El aire era tan pesado que tenía la sensación de que chocaba contra él a cada paso que daba y la vida solo era un vago espejismo que se diluía tragada por el aire y el suelo polvoriento que se extendía a sus pies, calentado por un sol resplandeciente y nítido que brillaba en un cielo rasgado tan solo por una efímeras nubes que insinuaban no querer moverse. El abandono de aquella extraña parte del mundo era tal que solo lo rodeaba tierra seca y yerma, sin límites, sin presente y sin principio. Tan solo siete casas rompían el árido plano del horizonte, siete casas colocadas al azar, quizás, por el viento que una vez, quizás, existió en esta “extraña parte del mundo”. Las casas, esparcidas en aquel incomprensible albedrío, daban la sensación de ser cascarones abandonados por la vida que en algún momento las habitó, y que al paso de los soles y, no se si las lunas, las abandonó un buen día sin ni siquiera mirar atrás mientras desaparecía confundiéndose con la lejanía. Estas, estaban construidas de piedras, barro, maderas y cañas, aparentaban haber sido hechas con prisas y sin preocupaciones estéticas o funcionales, todas tan iguales que eran como la misma que se reflejaba en varios espejos, tan solo tenían una planta, perfectamente cuadrada, todas tenían una puerta principal, dos ventanas en los laterales y la pared trasera totalmente desprovista de cualquier oquedad. Todas tenían el mismo desgate en las maderas y en lo que una vez pudo ser pintura blanca o yeso, la ruina habitaba ahora aquellas piedras. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas, pero daban la sensación de invitar a tocar y pasar a sentarse en un cómodo sofá, era una extraña sensación de cómo si las puertas fuesen las que le llamasen para que entrara.

De pronto el corazón se le aceleró y la sensación de que una bola pastosa le subía la traquea lo hizo caer de rodillas en aquel terroso suelo levantando una espesa nube a su alrededor, tras dos arcadas vomitó lo que parecía que había comido por última vez y que no acertó a recordar, tenía la sensación de que la vida acababa de salírsele por la boca y reptaba por el suelo huyendo de él. Trató de incorporarse pero la sensación de vacío no le permitió moverse, un sudor frío comenzó a cubrirle la piel y a gotear en la seca tierra, formando al poco pequeños charcos, y con la sensación de que se estaba derritiendo bajo aquel sol y que iba a fundirse con la arena, se desplomó inconsciente sobre los charcos que se habían formado bajo él…

7 comentarios:

Mensy dijo...

Muy bueno Ángel, Qué pasará en esa aldea misteriosa?

Juan G. Marrero dijo...

Cuando comencé a leerlo pensaba que era de Mode, pero no, mira ha vuelto el ángel...cuidado que tb vendrán los demonios...

Vic dijo...

no me dejes con el suspense...

Ángel Díaz dijo...

gracias chicos, trataré de continuarlo, las musas literarias están esquivas....ains...

Satori Kundalini dijo...

Esto promete. Me gusta. ¡Quiero más, más, más.! Quiero saber como sigue...

Araceli dijo...

Lo mismo digo hellawaits, que vengan las musas ésas literatas. !ños¡ si fuera algo gore....

karnak dijo...

Qué me vas a contar a mí de las musas. La mía se fue a por tabaco y no ha vuelto. Me gusta ese relato, antesala de algo muy bueno.