jueves, 13 de agosto de 2009

Viaje a México. La llegada. 1ºparte

Mi vieja máquina digital Kodak recogió más de mil fotos de aquel viaje de un mes de duración. Yo soy de esos a los que les gusta inmortalizar cualquier rincón eterno o rostro sonriente; un monumento memorable o una catedral majestuosa. Siempre me quedará la primera imagen de una ciudad envuelta en nubes de polución, delincuencia, arte y vida. Me acompañaban los nervios, danzando alegremente en mi estómago encogido. Mi destino era lo desconocido, lo nuevo, lo americano. Es una de las ciudades más grandes del mundo: México D.F.


La primera vez que la divisé, a lo lejos, desde la ventanilla del avión, supe de su inmensidad y grandeza. En las afueras de la ciudad, campos gigántescos rodeados de lagos mostraban los cultivos eternos, las casas de campo y las fábricas. La ciudad y sus alrededores, antiguamente un conjunto de lagos, está rodeado de montañas. La primera vez que Hernán Cortés divisó la inmensa laguna, supo que aquel era el lugar deseado a conquistar. Era el paraíso terrenal.


El avión aterrizaba después de 12 horas de vuelo procedente de Madrid. Estaba ensimismado, aturdido y nervioso. Nos pusieron tres películas a las que a penas puse atención. Intenté concentrarme en la lectura de un libro pero fui incapaz de leer más de dos páginas. La comida era buena y la atención exquisita, te daban café o dulces entre las comidas y por lo demás, el comportamiento en el avión fue fantástico.Recuerdo a un grupo de turistas franceses, contentos, sedientos de un buen tequila y unos tacos al estilo auténtico, con su sabor original e inconfundible.


Es curiosa la sensación que da ver México tan lejano, descrito de tantas maneras, con noticias de asesinatos y luchas entre narcos por el poder de la droga. Ahora estás aquí, lo vives, lo hueles y lo sientes. Ya no eres espectador sino protagonista, eres visitante y formas parte de la inmensa urbe. Los mexicanos, por lo que descubrí, son agradables y hospitalarios, te reciben con los brazos abiertos, y una sonrisa clara. Siento mucha pena al pensar que, con las noticias desagradables sobre drogas y delincuencia, no se descubra y se cuente el verdadero rostro de México: sus gentes, su colosal y hermosa cultura, su artesanía y su colorido. La voz del comandante dando la bienvenida me sacó de un letargo existente desde la salida de España. Rellenamos los papeles de rigor por el tema del terrorismo mientras abajo aún se divisaba la línea costera del pacífico.

Aterrizamos sobre las 18.00 de un día del mes de octubre del año 2006. El aeropuerto, que está en medio de la ciudad, nos recibió con el aroma fuerte de un tequila y el sabor inconfundible de un chile picante. Era "sabor a México". Al recoger el equipaje, advertí la carencia de los mexicanos en el rostro de un chico que te ayudaba a colocar las maletas desde la cinta transportadora al carrito por el módico precio de unos miserables pesos. Su miraba suplicante advertía el primer signo de pobreza que viví en el país. Vanessa, generosa y agradecida, le dio cinco euros, que al cambio, le iba a suponer 70 pesos: un día de comida, algún refresco y hasta cigarros.
La aduana no nos puso muchos problemas y salimos a conocer a la familia de Vanessa. Llantos de alegría, abrazos y besos me subieron en una nube de felicidad. Las voces, tan bien conocidas desde el teléfono, se escuchaban reales, con ese acento marcado típico de la ciudad y nada que ver con el exagerado acento que los anuncios muestran falsamente.Luego cambiamos en el mismo aeropuerto unos 100 euros. Sabiendo la cantidad de chorizos existentes en el mismo, estuvimos vigilantes mirando rostros peligrosos, pero no hubo ningún problema: éramos diez personas. Un señor, cargado con un carro enorme nos transportó las seis maletas hasta la salida.


Le dimos unos pesos y fue contento y agradecido. Se pidió un taxi, de confianza, y cargamos las maletas y las ganas de conocernos. Todo estaba perfumado con un olor a nuevo, a desconocido. Nos recibió una tormenta tropical como nunca había visto en España. Truenos y relámpagos se mezclaron con las indicaciones al taxista y las risas de todos en la parte trasera. Y así, a primera vista, fui descubriendo una ciudad de casas viejas, muros pintados de reindivicaciones y protestas y distancias demasiado largas para un isleño.

La ciudad vista desde un coche me causó una impresión que era parecida a las películas sudamericanas: el ambiente callejero, los rostros morenos con nariz achatada, la baja estatura y los ojos almendrados. Aquí se vivió el esplendor de Technotitlan: la gran ciudad azteca, centro de una de los pueblos americanos más poderosos antes de la conquista española: Los Mexicas.


En los sucesivos días, aprendí las técnicas de prevención de riesgos en la ciudad: cámara, dinero y llaves en el bolsillo delantero; pantalón vaquero viejo y zapatillas de deportes; camisa normalita y preferentemente (así lo decidí yo) sin afeitar, para pasar desapercibido. Yo, con mi rostro de piel blanca, nariz afilada y ojos verdes, era el blanco perfecto para un robo. Con este optimismo y esta alegría, visitamos lugares emblemáticos como, por ejemplo, "El Ángel de la Independencia", "El Zocalo Capitalino" y "El Auditorio Nacional".¡Menuda riqueza artística tiene la ciudad! Me conmovió, me encantó y me enamoró.Después de varios días de idas y venidas en un asfixiante metro de paradas y distancias eternas; viajes en microbuses destartalados, repintados y a punto de caer en curvas peligrosas cogidas a gran velocidad; taxis comprimidos (bochitos: el escarabajo de Volkswagen) y paseos interminables en mercadillos kilométricos, aprendí a estresarme y agobiarme en una ciudad que respira magia y colorido por todas sus calles. Incluso, en las partes turísticas, está la policía turística, dedicada exclusivamente a proteger al visitante.

salvedad que debe ser dicha:

Todo es prevención, únicamente. Yo llegué desconociendo la ciudad, contaminado por las noticias y los rumores ignorantes de muchos, aunque Vanessa ya me tranquilazaba en repetidas ocasiones. Cuando pasas un tiempo en esta mole inmensa, todos esos fantasmas creados en la lejanía, desaparecen por sí mismos. Por ello, me fui tranquilo sabiendo que al volver a la capital mexicana, no tendría ese pánico a lo desconocido y a lo maltratado injustamente. Nunca tuvimos problemas con nadie ni vimos siquiera, robos ni asaltos. Decir que los mexicanos honrados, que son casi todos en su mayoría, están hartos y cansados de tanta imagen donde la droga y los asaltos o los secuestros, muestran lo feo de un país demasiado hermoso.

Foto 1: Technotitlan, la gran ciudad azteca. Actualmente: México D.F.
Foto 2: Vanessa, Eduardo y yo en el Palacio Nacional situado en el Zócalo Capitalino.
Foto 3: Catedral de México en el Zócalo Capitalino.
Foto 4: Ángel de la Independencia en el Paseo de la Reforma.
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Si me animo a escribir otra página de este diario de viajes, les contaré mi paso por dos de los barrios más peligrosos de la ciudad, la experiencia en las horas puntas del metro (con empujones y todo) y la artesanía mexicana: rostros aztecas, piedra del sol...
También el paso por el museo de antropología, el castillo de Chapultepec o el museo de la revolución, donde Pancho Villa y Emiliano Zapata están representados con los uniformes que cargaron en la revolución mexicana. Y por supuesto, la vista de casi toda la ciudad desde la torre latinoamericana. Y espero, esmerarme más en el lenguaje.




4 comentarios:

Juan G. Marrero dijo...

¡Viva Zapata...!
¡Viva Modesto Bolaños...!
¡Viva 2666..!
¡..Perdon 2006...!

karnak dijo...

Muy interesante tu crónica viajera.

Raúl M.V. dijo...

Desgraciadamente las noticias que nos llegan de allí no siempre dejan muy bien parado al país. Me gusta tu visión de extranjero; admiradora y a la vez temerosa. Seguimos leyendo tu cuaderno de viajes. Lo que te comenté en la reunión de conocerlo contigo (con o sin boda, jejeje) no era broma.

Modesto González dijo...

Pues invitado estás. Eduardo aprovechó que Vanessa lo invitó y no se lo pensó dos veces. Ahora, está deseando ir de nuevo y por poco, la otra vez, se queda a vivir. Lo que intenté explicar en este diario de viaje es el cambio tan brusco de un lugar a otro. Por eso escribí la crónica, porque supone algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a vivir. Cuando escriba la segunda parte, iremos por las calles de la ciudad, que es donde se vive y se cuece esta experiencia.